martes, 19 de abril de 2016

Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huída - Cuarta Entrega: Jose.

La primera vez que me quedé pensando en ella y en su pequeña vida de 7 u 8 años fue en el cumple de Vicky. De repente unas personas se pusieron a tocar chacareras y otras nos pusimos a bailar. Y así siguió un rato la noche, canto, guitarra, bombo. Yo veía a Jose y a otrxs niñes, hijes de estxs amigues, y pensaba: qué hermoso crecer en un mundo así, donde los "grandes" tocan y cantan, donde tu mamá canta y tu papá canta y donde "te dejan" vagar entre esa preciosa gente y no te mandan a la cama. A mí sí me mandaban, y cuando no me mandaban era peor, porque "los grandes" de mi infancia eran horribles heteromachos, mostrando sus cuchillos-porongas al lado de un cordero muerto y siendo asado, o al lado de la carne, o los chorizos, o los pollos, pero siempre siempre ese ritual del macho y la carne, la mina y la ensalada. Mujeres bien mujeres, encarnando a "la mujer". Machos bien machos, hablando a los gritos, en esa continuidad de carne muerta con carne muerta, pija y asado. No sé, escenas de fines de semana de violencia muda que yo, ya instalada en ese túnel que mediaba mi relación con lxs demás, miraba y miraba, miraba y sufría, y no podía entender, o entendía muy bien pero, otra vez, sin concepto y sin discurso. Un vagar entre esas escenas de la especie humana que ocurrían en mi casa.

Después llegaba la hora de la cena y los machitos, con sus cuchillos-porongas (nunca un cuchillo de cocina, eso es para los putos y las mujeres), los machitos se ponían a contar sus chistes "verdes", siempre insultando al puto, o AL trava, a la gorda, a la tortillera, a la "jermu", al maricón, a la puta, a la "ligera". Las esposas se reían débilmente, con caritas condescendientes. Les niñes de esa casa teníamos que poner la mesa y juntarla, y además, sentarnos a comer poniéndonos una servilleta en el cuello, bien ridículos, bien clara nuestra sumisión. Los machitos daban órdenes. Les niñes, los perros y las mujeres obedecíamos.

Hoy vi a Jose en otra secuencia de esas que ahora, a esta edad tardía, son mi educación sentimental, una educación en la que ella crece y crece, y en la que yo empecé a crecer hace algunos años. 

Era la proyección del documental "T" de Juan Tauill. Un documental que muestra a algunas referentes del activismo trava haciendo cosas, hablando, cantando, yendo a visitar a otras travas a casas precarias y alejadas, disputando espacios políticos y académicos. Después de la proyección se armó una discusión hermosa y vehemente, a los gritos, donde un chico trans se cruzó con el director y una trava que estaba entre las presentadoras, donde una amiga se cruzó con el director interpelando un enfoque fundado en liderazgos, donde una trava que hace la calle nos interpeló a todes para que fuésemos a pasar una noche en la esquina, como ella. 

Y ahí en medio, Jose. En la primera fila. Me parece que se asusta con los gritos y quiere irse. Esos gritos tan distintos a los gritos que pegaban los machos en la mesa de mi casa. Esos gritos políticos, identitarios, de un colectivo representado tantas veces en los chistes que se hacían en la mesa de mi casa. 

No sé qué piensa. Sólo sé que crece entre esa gente insurrecta y libertaria, gente aplastada por lo más pesado de esta sociedad de mierda. Sólo sé que sabe que la yuta pega y mata, que las travas corren, y que sin embargo hay una red tenue pero poderosa, que son los afectos, los afectos que se tejen en reuniones y en cumpleaños, en marchas y en chacareras, y en tambores y en grupos de lectura y en esa crianza medio colectiva que es la educación informal, que es rozar tu vida con la vida de gente preciosa.

En esa mesa larga de los sábados a la noche de mi infancia, se terminó de forjar mi odio a las personas. Un odio total y extenso, que sólo fue permeado en algunas zonas por islas de afectos. A esas islas me llevaron flotando grandes lecturas y grandes amistades, cuando ya pensaba que sólo me quedaba ahogarme en un mar de mierda. Primero leer y un par de amigas salvajes, mi hermano. Leer para no naufragar y subir a los techos, los paredones, los árboles, para respirar. Después otras lecturas y la amiga torta de la adolescencia, mi otro hermano - cuando el primero también se transformó en un heteromacho. Después más lecturas y subir a la calle, a las marchas, a las asambleas, a la filosofía, y más amigas, otras amigas, otras personas. Esta ciudad. Y la otra ciudad, Buenos Aires. Y esos seres que aspiraban y aspiraban, ante mis ojos alucinados. Y esos - los mismos- que tomaban birra desde las 10 de la mañana en el trabajo. Y esos - los mismos - con los que pasábamos la navidad de los desterrados yendo a sacar fotos a Berisso, leyendo poesía, escuchando bossa nova, todos los 25 de diciembre de una época que duró demasiado poco. Y mis mostris amigues. Esxs con lxs que me encontré finalmente y que no terminan nunca - por suerte - de aparecer. Así aprendí, así me enseñaron, a mirar, a pensar, a argumentar, a decir. Así le sacaron totalidad a mi odio, me lo afinaron, me lo apuntalaron con el odio y el amor que había en sus propios túneles. 

No sé, no sé muy bien. Es medio nebuloso todo. Sólo sé que me hice unas alianzas mucho más verdaderas que las de la biología. Unas amistades. Unos amores. Tengo que decirlo mejor. Pero ahora no puedo.

Pienso en Jose, en qué será de sus ideas y de sus luchas mañana, con tanta asiduidad de cosas buenas, con tanta familiaridad con micropolíticas, con disidencias, con personas que se sacan la piel y no ocultan quiénes son, cuáles son sus afectos y dónde están nuestrxs enemigxs.  

Llegamos a tan distintas edades, pero al mismo punto. Eso me hace creer un poco en estas tres cosas: 1) lo que no te dan ni te dieron, se puede buscar, y se puede encontrar; 2) no todes les humanes están hechos de soretes con olor a carne, 3) a veces los túneles se intersectan.   



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