jueves, 28 de abril de 2016

Cosas

Mi primera boleta de examen
y todos los tickets de todas las veces que llamé a casa
en el año 98
de todas las veces que fui al cine y con quién
de todos mis viajes a
de una almohada que me salió setenta centavos
de pedidos de fotocopias

Papeles de todos los amores que tuve en la primera década del siglo XXI
y en la última del XX
de notas de mis compañeras de casa: vuelvo tarde, si llama mi viejo digan que me fui a cursar
de primeras veces de otras personas
de mi primera feria del libro
del plano de una casa prefabricada

Cartas que no mandé
Cartas que me mandaron
Diarios
Servilletas de bares que ya no existen
Una lista de super escrita por otra persona
El ticket de mi primera Metafisica de Aristóteles
Pasajes de tren
de subte
Entradas
Papelitos con direcciones de amigos que se mudaron
Cartas no sé a quién sin enviar
Entradas a la cancha
Una receta de rivotril a mi nombre
Una carta donde llamo a alguien hipocampo encendido
Sobres de azúcar
Postales
Papeles de golosinas que cobraron sentido cuando sobre ellos escribí:
última cajita de sugus que me comí en la pensión

Todas las fotos de un catálogo de Taschen recortadas y metidas en una caja de
Camel 10
Dibujos
Talismanes
Origamis
Partes de antiguos móviles

Llaves
Llaves
Llaves
Llaves
Llaves

Cuarenta y nueve llaves
Llaves de todas las casas en las que viví
Llaves de casas en las que vivieron mis amigues

Mi última boleta de examen

Una cierta propensión a la melancolía.
Tal vez.
Podría decirse.
Podría enunciarse.
Una cierta propensión al significado.
O al pasado.
O a ver cómo una cosa se apaga cuando de ella se escapa el sentido.
O a ver cómo aparece el silencio donde antes podía decir tanto.
O a ver cómo nace un mero objeto donde antes había una puñalada de tiempo. 

https://www.youtube.com/watch?v=E9628W2Y7Dw

martes, 26 de abril de 2016

Sudor de otoño que es como la magdalena de Proust

Este olor a chivo
que sudo en tu remera
que inunda tu buzo
este olor a chivo
este olor humano

me recuerda

el límite que ponías a mi nariz,
que no podía acercase 
ni remotamente 
a tu axilas
el límite que ponías a mis dedos,
a mi lengua,
que no podían figurar 
ni remotamente 
en tus negadas

tres 
veces 
negadas

cartografías anales

me recuerda
también
ese día final en el que dijiste
que no podíamos siquiera tener un hijo
que te daba miedo tener un hijo 

conmigo

por que yo - dijiste - no quiero ser normal
y entonces no podríamos criarlo
sería un conflicto

un conflicto
ideológico

- dijiste.

te daba miedo
- pienso -
tener un hijo libre
un hijo que haga preguntas
un hijo al que no le de asco que en sus sábanas duerma 

un gato
o dos

un hijo que quiera no lavarse los dientes un día
que odie a la policía
y los asados
y quiera una casa de barro
y hacer tela los domingos en una plaza
- como esa gente que a vos te interpelaba tanto -
y pintarse las uñas
o la boca
y cartografiar su cuerpo de otras posibles maneras
y cartografiar sus amores de otras posibles maneras
y sus alianzas político-afectivas
y sexo-afectivas
y mostri-afectivas
y mutante-afectivas
un hijo que sepa conectar 
la a con la f con la e con la c con la t con la o con la s
y que instale en el campo semántico de esas siete letras
su modo de habitar
este mundo

y otros mundos
  
Te daba miedo la vida inmensa
tan inmensa sobresaliendo 
por todos los costados 
y todas las axilas 
y todos los anos
de
tu
pequeñísimo
marco

Qué bien que me fui de vos

sábado, 23 de abril de 2016

Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huída - Cinco: Aportar el cuerpo


Empieza así, con mi mail a Camila Sosa Villada, después de leer su "Carta a una hermana".


"Cuando leo tu Carta a una hermana, cuando la leo yo, que nunca arriesgué mi cuerpo en nada pero que siempre anduve añorando vivir, vivir las vidas que yo veía del otro lado de la ventanilla, cuando era chica y mis viejos me llevaban a Buenos Aires, yo que siempre sufrí de melancolía, que soy una persona anodina con un trabajo normal y dos gatos, cuando leo tu carta y leo que en ese parque vos pensabas "acá está pasando algo realmente humano", entonces, ahora que ya tengo 35 y nunca arriesgué mi cuerpo en nada, se me saltan las lágrimas como a los payasos de los circos, se me saltan las lágrimas y lloro y se me caen los mocos frente a la belleza, ésa, la única en la que creo, que es la ternura dura de esos paisajes realmente humanos, como cuando pensás qué distinto hubiese sido todo si hubieses nacido mujer, o cuando con tu poesía te das cuenta de que nadie más veía la hierba en el pelo de tu amiga, o cuando te das cuenta de que los hombres no entienden nada, que no pueden entender nada, que no te pueden ver. Lloro de melancolía y pienso que tal vez como yo pensaste muchas veces que sería mejor desaparecer de este mundo en el que nadie ve nada. O que la importancia de pelearla y estar vivo es una retórica que no hace que tu día sea más corto. Y con eso no quiero decir que vos o yo seamos unas depresivas que no sabemos qué hacer. Abrazo la violencia, puteo con cada palabra, me agarro a las piñas con la vida y con la humanidad, es sólo que a veces me canso.
No sé si existe el afecto, y si existe, no sé si sirve, e incluso tal vez no lo necesites y pienses qué mierda le pasa a ésta. Sólo quiero decirte que te amé y te amo en cada palabra que escribiste, que me encuentro en esos micromundos de tu poesía terrible, que ojalá persistas, que lo único que importa es la belleza, que ya no puedo oler el pasto recién cortado sin pensar en tus palabras".

Arriesgarse. 

Yo nunca arriesgué mi cuerpo en nada. 

Mi hermano más chico tuvo asma desde que recuerdo. Azul y en pijama, conectado eternamente a un tubo de oxígeno, sus rulos y sus ojos tan negros que ya parecían rojos, sobrepasaban el límite plástico de la máscara de las nebulizaciones. Mi otro hermano, dos tumores en la columna. Operación. Y otra operación. Y muchas resonancias. Mi abuela después de bañarse pidiéndome que le prenda el corpiño. La espalda curva y un gran lunar en alguna parte. En esos mundos donde el cuerpo era demasiado visible - todes deambulábamos en pelotas por la casa -, asumí, de alguna manera, que mi cuerpo no podía enfermar, que no podía habitar lugares con tijeras ni bisturíes ni máscaras de oxígeno. La única noche que pasé en un hospital fue para acompañar a una amiga de mi vieja que se había hecho algo así como una liposucción. Primera escena de intervención corporal voluntaria. 

Y ahí desapareció el cuerpo. Me fui de casa y el cuerpo desapareció. Tanto que nunca tuve pudor ni vergüenza de los vecinos ni de mis compañeras de pensión, depto o casa, ni de nadie. Un cuerpo invisible. Tanto como sólo lo puede invisibilizar la filosofía.

Y ahí aparecieron, con los mostris, otros usos del cuerpo. CuerpoPuerco. Posporno. Perfos. Culos. Pajas colectivas en escenarios. Intervenciones. Ablaciones. Exposiciones. Manos y conchas. Y pocas o ninguna pija. Las pijas no son posporno. Son porno. Pero ninguna cosa en mi cuerpo. Sólo atravesando el espacio frente a mis ojos. Una perfecta filósofa contemplativa. 

Un día del segundo cuatrimestre - esa segmentación académica de la temporalidad - un profesor leyó en la luz del cuarto piso en la clase de Estética: "La ciencia manipula las cosas y se rehúsa a habitarlas. Saca de ellas sus modelos internos, y operando con esos índices o variables las transformaciones que su definición le permite, no se confronta sino de tarde en tarde con el mundo actual. Ella es, siempre ha sido, ese pensamiento admirablemente activo, ingenioso, desenvuelto, ese prejuicio de tratar a todo ser como 'objeto en general'".

Y en el siguiente apartado, Merleau-Ponty escribe esto, que también ese profesor leyó, recuerdo que me cegaban el calor y el atardecer. Y que yo siempre me sentaba al lado de la ventana y enfocaba un edificio muy blanco, muy soleado, sobre la calle 7, y pensaba en las vidas que trancurrían ahí con semejante sol: "El pintor "aporta su cuerpo", dice Valéry. Y en efecto, no se ve cómo un Espíritu podría pintar". 

Esas palabras me dolieron. Yo nunca podría pintar, nunca podría tocar la guitarra, nunca podría cantar. Porque para eso hay que "aportar el cuerpo". Y yo no tenía uno. Yo nunca había tenido verdaderamente uno, uno que pudiera enfermar o tentarme a arriesgar(me).  Yo sólo podía hacer ciencia, o filosofía, que es lo mismo pero con diferentes hegemonías.

Una vez, en el campo, mi pierna se quedó enganchada en un alambre de púas. Tiré y tiré. Mi cuerpo se rompió y esa cicatriz que todavía tengo, fue como un trofeo, una coagulación de realidad. La amé en secreto. Porque claro. Yo no tenía un cuerpo. Pero ese cuerpo existía.

Esa búsqueda de cicatrices y golpes y rodillas con sangre. No me gustaba salir y volver sin raspones. Sin barro. Es como el hombre invisible. Sólo tirándole un baldazo de pintura, un baldazo de barro - un balde - se puede ver su cuerpo invisible. Sangrar vale igual. 

Después no sangré más. Mis genitales me asignaron una serie de conductas en las que sangrar por las rodillas y los codos ya no era posible. Sólo se podía sangrar en el acto privado de menstruar. Tu cuerpo se hace visible pero sólo para vos. Sólo en un baño. No cuenta eso como "aportar el cuerpo". 

Así que no aporté más el cuerpo. Mis afinidades fueron hacia filósofos que se ovidaban del cuerpo o sostenían que les estorbaba para pensar. Mi primera lectura de Platón hace 18 años fue ese pasaje del Fedón, cuando Sócrates trata de calmar a sus amigos, de explicarles que no le importa morir, que morir está bien, porque lo que muere es el cuerpo

"- ¿Y que hay respecto de los demás cuidados del cuerpo? ¿Te parece que tal persona [el filósofo] los considera importantes? Por ejemplo, la adquisición de mantos y calzados elegantes, y los demás embellecimientos del cuerpo, ¿te parece que los tiene en estima, o que los desprecia, en la medida en que no tiene una gran necesidad de ocuparse de ellos?
- A mí me parece que los desprecia - dijo - por lo menos el que es de verdad filósofo.
- Por lo tanto [los "por lo tanto" de Sócrates] ¿no te parece que, por entero, la ocupación de tal individuo no se centra en el cuerpo, sino que, en cuanto puede, está apartado de éste? [...] ¿Es que no está claro, desde un principio, que el filósofo libera su alma al máximo de la vinculación con el cuerpo, muy a diferencia de los demás hombres?"

Eso quería yo que alguien me dijera, que alguien aprobara mi desinterés por el cuerpo, por la ropa, por el pelo. Y Sócrates lo aprobaba. 

Así habían empezado a andar por un París fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche [yo no, yo nunca me podría dejar llevar, yo nunca iba a ser La Maga, pero tampoco Oliveira, él se dejaba llevar, el habitaba su cuerpo, yo no podía] acatando itinerarios nacidos de una frase de clochard, de una bohardilla iluminada en el fondo de una calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en los bancos o mirar las rayuelas, los ritos infantiles del guijarro y el salto sobre un pie para entrar en el Cielo [no el Cielo del alma socrática, éste uno de tiza y por lo tanto corpóreo]. 

Yo ya era hacía mucho tiempo de Sócrates, de Descartes - no es casual que mi mejor monografía, a la que más empeño le puse, haya sido una sobre la separación alma-cuerpo en la filosofía de Descartes -. Me caía mal Freud con su caca y sus tres ensayos de teoría sexual, prefería a Piaget con sus infinitos datos observables para dar cuenta del maravilloso nacimiento de la inteligencia. 

No, no hemos vivido así. Ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta del pie [aprender a tocar el cuerpo con la punta del pie o de las palabras]. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire [una incansable fascinación por ver pasar los aviones, ballenas del aire, con sus panzas blancas, tan arriba, tan allá, tan lejos de la tierra], girando alucinada [alucinada] en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. 

Y no lo sabe,
igualita a la golondrina. 

No necesita saber como yo.

Yo necesito saber. Yo no puedo ser como la golondrina. 
 
Y como esto es una genealogía, tengo que hablar de unos días en Valparaíso, que es donde una vez nació mi cuerpo, aunque después nunca haya podido cruzar la cordillera

No, tengo que hablar de otro lugar de Chile, Calama [pero siempre cerca del Pacífico, ése, el más antiguo, el que allá por lo tiempos de la Pangea lo rodeaba todo de azul]. Fue con ese descomunal cuerpo que había venido de Calama que yo empecé a nacer en uno. En el mío. Pero sin arriesgarlo todavía. Sin aportarlo en la merca, ni en el alcohol, sólo en el sexo y en el sudor, interminable sudor. 

Valparaíso entonces. Arrastré mi cuerpo de San Pedro de Atacama a Valparaíso con mucho miedo. Miedo en la frontera. Miedo en la casa desconocida y con un farolito amarillo atrás del cementerio en la que dormí. Miedo en Antofagasta en la ruta a la noche haciendo dedo para poder volver del Pacífico. Miedo en Coquimbo, el taxista que dejó su recorrido para llevarme a ver las vistas de los cerros. Miedo que probó que yo tenía un cuerpo. Aunque los filósofos no lo consideren importante y aunque no lo sumerjan en ríos metafísicos. Llegué a Valparaíso y de tanto tener miedo mi cuerpo ya estaba nacido y completo cuando tomé la micro 107 hacia la subida Ecuador. Y ahí estaba un perro francés, un bretón, todo su cuerpo y su pelo de fuego y sus viajes por África y nada de miedo, todo abierto, todos sus agujeros, sus esfínteres, sus ojos azules. 

Así habían empezado a andar por un Valparaíso fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche. 

Así conocí Éden Éden Éden, el libro censurado de Guyotat, y a Blaise Cendrars, y el canal Saint Martin, en Rennes. Otros lenguajes que aparecían sólo si la carne mía. Y si no, no. Hundir los dedos bien hondo, por debajo de la superficie, la lengua bien hondo, la nariz. Nacer en un cuerpo. Recuerdo abrazar el suyo con todo fervor, en Con Con, al lado de una santa rita que explotaba, al lado del mar, un abrazo que no era de cariño ni de afecto ni de deseo, un abrazo que era tratar de anclarme a ese río metafísico, que era tratar de capturar ese origen y esa condensación del riesgo que nunca más iba a volver a tocar con semejante intensidad. 


Tu cuerpo delimita una pequeña intensidad rodeada de nada. Como una isla. En casi ninguna parte estás. Y sin embargo en ese punto se condensaron tantas cosas.

Así decía mi carta.  



Cuando eso pasó pude al fin entender qué quiere decir otra francesa, la Yourcenar, cuando escribe: 


Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido [no para mí] que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorarme.  

O qué quiere decir en Fuegos, cuando escribe:  

La muerte, para acabar conmigo, tendrá que contar con mi complicidad

O esto otro:  


Un corazón es tal vez algo sucio. Pertenece a las tablas de anatomía y al mostrador del carnicero. Yo prefiero tu cuerpo.

O esto:  


Leda decía: «Ya no soy libre para suicidarme desde que me he comprado un cisne»

Pude al fin entender a Mishima en Nieve de primavera [otro que se hizo de un cuerpo y cuando creyó que ya estaba bien lo atravesó con una daga] cuando escribe


Su voz brotaba con el gozo de otra edad, la de las rebeldías. Edad olvidada por esta generación, edad en la que el temor a la muerte y a la cárcel no contenía a nadie. Edad en la que estar amenazado de ambas cosas era el pan cotidiano. Ella pertenecía a una generación de mujeres que no habían tenido reparos en lavar los platos en el río mientras pasaban flotando los cadáveres. 

Sin embargo, esas comprensiones, esos nacimientos, fueron apagándose en esta lluvia omnipresente del pensamiento. Siempre el pensamiento. Sócrates viejo zorro. Más socrática que nietzscheana, atrapada por Parménides aunque me creyera de Heráclito, a mi pesar, no pudiendo pasar del pensamiento a la vida, al puro devenir, eligiendo los filósofos y las personas equivocadas. Así me volvió esta angustia y esta conmoción cuando veo que alguien pone el cuerpo, en la esquina, en una perfo, en una balsa cruzando el mar o el desierto de Sonora, o entrando a un hospital, o gestando un ser humano, o estando simplemente entre las cosas. 

Me abruma el pensamiento y sin embargo creo que tengo que seguir pensando. 



martes, 19 de abril de 2016

Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huída - Cuarta Entrega: Jose.

La primera vez que me quedé pensando en ella y en su pequeña vida de 7 u 8 años fue en el cumple de Vicky. De repente unas personas se pusieron a tocar chacareras y otras nos pusimos a bailar. Y así siguió un rato la noche, canto, guitarra, bombo. Yo veía a Jose y a otrxs niñes, hijes de estxs amigues, y pensaba: qué hermoso crecer en un mundo así, donde los "grandes" tocan y cantan, donde tu mamá canta y tu papá canta y donde "te dejan" vagar entre esa preciosa gente y no te mandan a la cama. A mí sí me mandaban, y cuando no me mandaban era peor, porque "los grandes" de mi infancia eran horribles heteromachos, mostrando sus cuchillos-porongas al lado de un cordero muerto y siendo asado, o al lado de la carne, o los chorizos, o los pollos, pero siempre siempre ese ritual del macho y la carne, la mina y la ensalada. Mujeres bien mujeres, encarnando a "la mujer". Machos bien machos, hablando a los gritos, en esa continuidad de carne muerta con carne muerta, pija y asado. No sé, escenas de fines de semana de violencia muda que yo, ya instalada en ese túnel que mediaba mi relación con lxs demás, miraba y miraba, miraba y sufría, y no podía entender, o entendía muy bien pero, otra vez, sin concepto y sin discurso. Un vagar entre esas escenas de la especie humana que ocurrían en mi casa.

Después llegaba la hora de la cena y los machitos, con sus cuchillos-porongas (nunca un cuchillo de cocina, eso es para los putos y las mujeres), los machitos se ponían a contar sus chistes "verdes", siempre insultando al puto, o AL trava, a la gorda, a la tortillera, a la "jermu", al maricón, a la puta, a la "ligera". Las esposas se reían débilmente, con caritas condescendientes. Les niñes de esa casa teníamos que poner la mesa y juntarla, y además, sentarnos a comer poniéndonos una servilleta en el cuello, bien ridículos, bien clara nuestra sumisión. Los machitos daban órdenes. Les niñes, los perros y las mujeres obedecíamos.

Hoy vi a Jose en otra secuencia de esas que ahora, a esta edad tardía, son mi educación sentimental, una educación en la que ella crece y crece, y en la que yo empecé a crecer hace algunos años. 

Era la proyección del documental "T" de Juan Tauill. Un documental que muestra a algunas referentes del activismo trava haciendo cosas, hablando, cantando, yendo a visitar a otras travas a casas precarias y alejadas, disputando espacios políticos y académicos. Después de la proyección se armó una discusión hermosa y vehemente, a los gritos, donde un chico trans se cruzó con el director y una trava que estaba entre las presentadoras, donde una amiga se cruzó con el director interpelando un enfoque fundado en liderazgos, donde una trava que hace la calle nos interpeló a todes para que fuésemos a pasar una noche en la esquina, como ella. 

Y ahí en medio, Jose. En la primera fila. Me parece que se asusta con los gritos y quiere irse. Esos gritos tan distintos a los gritos que pegaban los machos en la mesa de mi casa. Esos gritos políticos, identitarios, de un colectivo representado tantas veces en los chistes que se hacían en la mesa de mi casa. 

No sé qué piensa. Sólo sé que crece entre esa gente insurrecta y libertaria, gente aplastada por lo más pesado de esta sociedad de mierda. Sólo sé que sabe que la yuta pega y mata, que las travas corren, y que sin embargo hay una red tenue pero poderosa, que son los afectos, los afectos que se tejen en reuniones y en cumpleaños, en marchas y en chacareras, y en tambores y en grupos de lectura y en esa crianza medio colectiva que es la educación informal, que es rozar tu vida con la vida de gente preciosa.

En esa mesa larga de los sábados a la noche de mi infancia, se terminó de forjar mi odio a las personas. Un odio total y extenso, que sólo fue permeado en algunas zonas por islas de afectos. A esas islas me llevaron flotando grandes lecturas y grandes amistades, cuando ya pensaba que sólo me quedaba ahogarme en un mar de mierda. Primero leer y un par de amigas salvajes, mi hermano. Leer para no naufragar y subir a los techos, los paredones, los árboles, para respirar. Después otras lecturas y la amiga torta de la adolescencia, mi otro hermano - cuando el primero también se transformó en un heteromacho. Después más lecturas y subir a la calle, a las marchas, a las asambleas, a la filosofía, y más amigas, otras amigas, otras personas. Esta ciudad. Y la otra ciudad, Buenos Aires. Y esos seres que aspiraban y aspiraban, ante mis ojos alucinados. Y esos - los mismos- que tomaban birra desde las 10 de la mañana en el trabajo. Y esos - los mismos - con los que pasábamos la navidad de los desterrados yendo a sacar fotos a Berisso, leyendo poesía, escuchando bossa nova, todos los 25 de diciembre de una época que duró demasiado poco. Y mis mostris amigues. Esxs con lxs que me encontré finalmente y que no terminan nunca - por suerte - de aparecer. Así aprendí, así me enseñaron, a mirar, a pensar, a argumentar, a decir. Así le sacaron totalidad a mi odio, me lo afinaron, me lo apuntalaron con el odio y el amor que había en sus propios túneles. 

No sé, no sé muy bien. Es medio nebuloso todo. Sólo sé que me hice unas alianzas mucho más verdaderas que las de la biología. Unas amistades. Unos amores. Tengo que decirlo mejor. Pero ahora no puedo.

Pienso en Jose, en qué será de sus ideas y de sus luchas mañana, con tanta asiduidad de cosas buenas, con tanta familiaridad con micropolíticas, con disidencias, con personas que se sacan la piel y no ocultan quiénes son, cuáles son sus afectos y dónde están nuestrxs enemigxs.  

Llegamos a tan distintas edades, pero al mismo punto. Eso me hace creer un poco en estas tres cosas: 1) lo que no te dan ni te dieron, se puede buscar, y se puede encontrar; 2) no todes les humanes están hechos de soretes con olor a carne, 3) a veces los túneles se intersectan.   



miércoles, 13 de abril de 2016

Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huída - Tercera Entrega: Odio

Primer año de la secundaria. 
12 años. 
Ir a un cumpleaños en una especie de club o campo. 
Ver que mis compañeras no tienen esos largos, lisos y negros pelos en las piernas.
En cambio una piel sin inscripciones de ningún tipo. 
Sentir una perturbación. 
Que hay algo que estoy haciendo mal. 
Que distinto está mal. 

Seis o siete años, no sé.
Entrar corriendo a la casa de mi abuela y que me diga que en el comedor - al final de una larga casa - me espera una sorpresa. 
Correr con todas mis energías.
Que la sorpresa sea una osa de peluche con un vestido de flores. 
Enojarme. 
No entender cómo alguien puede llamarle sorpresa a esa mierda. 

Elaboro teorías acerca de mi odio a la gente, a les otres, a su estupidez o su ignorancia, al hecho de que puedan pasarla "bien" en circunstancias para mí insoportables, a que me digan "cambiá la cara". 

Esta cara que porto, cuadrada, española, estas cejas espesas y negras, está nariz, estos labios, estos dientes, no se pueden cambiar. Sin embargo me lo repitieron hasta que creí que se podía y que había que. Cambiar. Cambiar la cara. Poner la cara de les otres. Ser como les otres, tan simpaticxs, tan a gusto en todo lugar. 

Foto a los tres años con mi prima disfrazadas de indias en el jardín. Cara de orto fatal. 
Foto a los tres años con mi prima y mi hermano, moño de payasos y nariz de payasos. Terrible cara de orto. Incomodidad. Odio. 
Mi guardapolvo de jardín, rosa. 
El de mi hermano, azul. 
Mi color favorito, el azul. 

No leí cuentos de princesas. Leí el cuento de una chica vasca que no encaja en la escuela y se enamora de un chico inglés que afronta en su cuerpo disidente las marcas de una temprana poliomielitis. "La cazadora de Indiana Jones" se llama. Edad recomendada: 12 años. 



No leí cuentos de princesas. Leí la historia de una chica irlandesa - en la época feudal - cuyo novio muere de escorbuto porque el único alimento que tienen les campesines irlandeses son papas. Muere por falta de vitamina C. "Pájaro rojo de Irlanda" se llama. Edad recomendada: 12 años. 


 











No leí cuentos de princesas. Leí un cuento de una familia vietnamita que huye de Vietam en un barco pesquero a la noche, alumbrades por la luz de las estrellas. "El viaje del Lucky Dragon" se llama. 
 

¿De esas historias tempranas está hecha mi subjetividad? ¿está hecho mi odio a la humanidad? 

¿Y cómo se enlaza eso con - una vez más y siempre - la necesidad de ser como eran les otres, de cambiar de cara? 

¿Puede ser que mi odio y mi pena por la mierda que es, era y será el mundo, pintado en esos libritos infantiles, me haya hecho sufrir una temprana exclusión del mundo de la alegría y la felicidad espontánea y del pasarla bien "como los demás", y que por eso mismo se haya generado una fractura con el mundo de les otres que luego traté fervientemente de subsanar tratando de ser como ellos, cambiando mi cara y cambiando mi ontología corporal, capilar, personal, emotiva e ideológica? Puede ser. 



Siempre el mundo humano me pareció una mierda. 
No recuerdo momentos en que no me haya parecido así. 
Excepto en los breves momentos del amor romántico con chicos que no obstante encarnaban - de otras maneras - la polio y el escorbuto. Y luego, paulatinamente y cada vez más, con amigas, amigas como yo, preciosas mujeres, preciosas lesbianas, preciosas tortas, maestras mías, de mi misma especie, de mi misma soledad, de mi misma melancolía y de mi mismo odio. Algunas más, otras menos, pero esa marca del escorbuto grabada en sus saberes y en sus miradas y en sus modos de pensar, de pensarse y de pensarnos. 
La marca que yo también portaba y que es factor de reconocimiento. 

Van apareciendo escenas. 
Una del heteromacho con el que se casó mi madre, abandonando a nuestra perra Pirula en la ruta porque iba a tener cachorros. Entender sin lenguaje que animales y niñes sufríamos parecida violencia machista. Sufríamos sus decisiones unilaterales e inapelables. Odio al macho patriarca. Odio al monopolio de la decisión. La decisión que dice esta perra no y que también dice esa cara no. Horror a reproducirme y que otras personas sean obligadas a vivir una vida.

Odio, mi yo, mi ser, mi ontología.
Odio, el todo. 
Odio, el ser y la nada.
Odio, el ser y el tiempo. 
Odio, el Uno y el movimiento. 
Odio, el primer principio y la primera causa. 
Odio, motor inmóvil.

Odio. 
Yo odio y odié. 
Odio que mueve como el amor. 

No hay una filosofía de eso. 
Voy a escribirla.

sábado, 9 de abril de 2016

Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huída - Segunda Entrega: Identidad

Retomo a Despentes. Esa parte donde dice: "Charlar es femenino. Todo lo que no deja huella. Todo lo doméstico se vuelve a hacer cada día. No lleva nombre. Ni los grandes discursos, ni los grandes libros ni las grandes cosas. Las cosas pequeñas, las monadas. Femeninas. Pero beber: viril. Tener amigos: viril. Hacer el payaso: viril" [Teoría Kin Kong].

Y a Wittig, esa parte donde dice: "La categoría de sexo es el producto de la sociedad heterosexual que hace de la mitad de la población seres sexuales donde el sexo es una categoría de la cual las mujeres no pueden salir. Estén donde estén, hagan lo que hagan (incluyendo cuando trabajan en el sector público) ellas son vistas como (y convertidas
en) sexualmente disponibles para los hombres y ellas, senos, nalgas, vestidos, deben ser visibles. Ellas deben llevar puesta su estrella amarilla, su eterna sonrisa día y noche"[La categoría de sexo]. 


Desde que empecé a pensar en cortar todo mi pelo, en pasarme la máquina, una cosa identitaria apareció y mil partecitas y engranajes de esa enorme estructura - como un castillo vagabundo - que es la identidad, se hicieron levemente visibles. La construcción de lo salvaje, de lo "me la soba", de lo "me importa un choto" en torno a "mi" pelo, pero también la construcción de "es lo más hermoso que tenés", de "lo especial que es" = "lo especial que sos", "ojalá yo tuviera un pelo así". De esas imágenes pre-discursivas y desconectadas, saltos abruptos hacia los lugares de construcción de esa feminidad que se usa - cuando "naturalmente" no la encarnás - para encajar. Un plumífero de otra especie pintándose de amarillito para ser como los preciosos patitos del nido donde le tocó nacer. De ahí flashes de comprensión en torno a lo que pasa con esa feminidad y las prescripciones - y proscripciones - que el pensamiento heterosexual dicta para tu cuerpo feminizado o feminizable a la fuerza, con el objetivo de encajar en ese nido. 

Ejemplo: mi primer pasaje a la feminidad-para-encajar fue a los 16 años, cuando conseguí un trabajo de verano en una compañía aseguradora re pero re importante de mi pueblo. Tuve que comprarme un pantalón de vestir, una pollera - verde, espantosa - dos o tres camisas, todo en Etam... Tuve que comprarme zandalias. Tuve que peinarme. En ese lugar a determinada hora se cerraba por un rato y almorzábamos. Venía un carrito con raciones para cada unx, los empleados - todos chabones - se juntaban en algún escritorio para comer y relajar un rato. En poco tiempo yo ya estaba comiendo con ellos. Un día estábamos riendo, todxs, de algo, no sé de qué, yo me reía como me río siempre, hacía los chistes que me sale hacer, probablemente mi voz grave se escuchaba. En eso estábamos cuando se abre la puerta de la oficina del jefe del área y me llama. Cuando entro me dice que me ubique, que no puedo estar ahí haciendo eso, que no me puedo sentar ahí con todos los "hombres", que almuerce en mi escritorio. Todxs estábamos en la misma película, pero a quien llamaron al orden fue a mí, mi estrella amarilla me delataba como "mujer" y como tal, me correspondía "lo que no deja huella", ni hacer el payaso ni tener amigos, un ser, un individuo de la especie humana, un mamífero, que esté donde esté y haga lo que haga, es sexuado como "mujer" e interpretado en una serie de límites, restricciones y coerciones. Así como el mamífero clasificado como "gato" no puede subirse a la mesa. Y el mamífero clasificado como "vaca" debe ser comido, manipulado y descartado after use. Yo no podía estar en esa mesa. Mi ropa lo decía, mi camisa de Etam, mi pollera verde, mis zandalias, mi pelo lo decían

Cuando mis alumnos - siempre son varones - me preguntan por qué insisto en que la metafísica es política, digo que establecer qué es una cosa, y entender qué la funda como eso que es y no como otra cosa - tarea clásica de la metafísica - no consiste en encontrar una esencia preexistente - como pensaban los filósofos hasta hace muy poco - sino en entender qué mecanismo político se apropia de esa tarea de definir, establece la definición, borra el origen político de esa intauración de realidad y prescribe una serie de conductas, marcas corporales, destinos posibles, formas de morir y de ser dueladx u olvidadx, para los individuos que caen dentro de esa clasificación. 

Ejemplo: Individuo f - Clasificación: "mujer" (pero quién, quién lo dice, quién lo enuncia y me lo hace repetir?) - Prescripción: no reír con sus compañeros de trabajo, comer sola en su escritorio, usar una camisa blanca y una pollera verde. Peinarse. 

La metafísica es una acción política. El fundamento de la metafísica, la respuesta a la pregunta qué es la metafísica, debe ser buscada en el ámbito de lo político. Del poder. Del discurso, que es la materia del poder. Lo sabía Foucault. Lo encarnamos y lo ejercemos todxs. Los varones con nosotrxs, nosotrxs con lxs animalxs. La superioridad con la subalternidad. 

Metafísicopolítica.
Política del qué es y lucha por el definir. 
Definir y prescribir. 
Y prohibir y permitir. 
Y borrar el origen humano, demasiado humano, de esas esencias "eternas".

Ahora bien, dicho todo esto, y destruido todo esto, ¿cómo no correr hacia otra redentora y reparadora clasificación? Estar fuera de la clasificación es estar a la intemperie. Perder la tranquilizadora pertenencia a la identidad. No poder decir soy, soy, yo soy ¿Cómo no correr, entonces, una vez destruida y deconstruida la anterior, hacia otra identidad y golpear la puerta para que te dejen entrar? Ganas de ser finalmente cisne y no serpiente o iguana, que también salen de un huevo en un mundo de patitos amarillitos preciosos. ¿Cómo no ir hacia eso, pedir que te lean y te dejen entrar? ¿Cómo permanecer - ya sin pelo - en la intemperie, en lo unheimlich, lo que está fuera del hogar, de lo hospitalario, lo inhóspito? ¿Cómo no ir corriendo a otra reparadora identidad, al reconocimiento? Me queda por pensarlo. Mucho por pensar. Esta sensación de estar saliendo de una cosa y no poder entrar en otra, quedar en ese entre que es un miedo, tratar de ver y no poder ver, extender la mano para tocar las paredes y no encontrar. 


miércoles, 6 de abril de 2016

Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huída - Primera Entrega: Feminidad

Hoy iba caminando por diagonal 74, casi 8. Adelante mío iba una chica, re linda, con onda, estudiante -seguramente-, no creo que tuviera más de 20. La veo y me recuerdo a mí misma cuando llegué a la ciudad y habitaba cerca de esa zona, una zona bien del centro, por donde pasan miles de chicas, re lindas, con onda. Así quería ser yo. O así empecé a querer ser en algún momento. Antes de La Plata no, no me interesaba. En la infancia me vestía igual que mi hermano, excepto una época oscura en la que mi mamá insistió con vestirme "de nena", vestidos con cuellos ochentosos y cintas en las trenzas. Y un flequillo tremendo, gigante. En la adolescencia era pelo larguísimo sin peinar, sin jamás peinar ni cortar ni nada, un pelo increíble, salvaje, que yo amaba. Remeras de los redondos o del che, jeans hechos pelota, eternas zapatillas botitas verdes o azules. Y así habitaba, firme, sin pesar, sin dudar, con seguridad. Cogía con pibes, pero no me sentía "mujer". Ni cerca. Nada de lo que la Despentes asocia con la feminidad, y todo lo que la Despentes dice que la sociedad heterosexual considera viril:

"La feminidad: puta hipocresía. El arte de ser servil. Podemos llamarlo seducción y hacer de ello un asunto de glamour. Pero en pocos casos se trata de un deporte de alto nivel. En general, se trata simplemente de acostumbrarse a comportarse como alguien inferior. Entrar en una habitación, mirar a ver si hay hombres y querer gustarles. No hablar demasiado alto, no expresarse en un tono demasiado autoritario, no hablar de dinero. No querer tomar el poder. No querer ocupar un puesto de autoridad. No buscar el prestigio. No reírse demasiado fuerte. No ser demasiado graciosa. [...] Estar acomplejada he ahí algo femenino, eclipsada. Escuchar bien lo que te dicen. No brillar por tu inteligencia. Tener la cultura justa para poder entender lo que un guaperas tiene que contarte. Charlar es femenino. Todo lo que no deja huella. Todo lo doméstico se vuelve a hacer cada día. No lleva nombre. Ni los grandes discursos, ni los grandes libros ni las grandes cosas. Las cosas pequeñas, las monadas. Femeninas. Pero beber: viril. Tener amigos: viril. Hacer el payaso: viril. Ganar mucha pasta: viril. Tener un coche: viril. Andar como te dé la gana: viril. Querer follar con mucha gente: viril. Responder con brutalidad a algo que te amenaza: viril. No perder el tiempo en arreglarse por las mañanas: viril. Llevar ropa práctica: viril. Todas las cosas divertidas son viriles, todo lo que hace que ganes terreno es viril. Eso no ha cambiado tanto en cuarenta años." [Teoría king kong - Virginie Despentes].*


No sé cómo o por qué, entonces, cuando llegué a esta ciudad - La Plata - me sentí tan amedrentada, tan aplastada por les otres, tan intimidada, tan fuera de lugar. Eso me queda por pensar: por qué, por qué me pasó eso al llegar. 

Lo cierto es que empecé la facultad y ahí todas habitaban con soltura la feminidad. Empecé a vivir en una pensión y lo mismo: la feminidad. En algún punto de sentir que mi nueva vida me aplastaba y me asfixiaba - incluyendo shows de ataques de pánico y vómitos en la calle - me dije: hay que encajar, hay que sobrevivir. Tampoco sé cómo o por qué asocié sobrevivir con mezclarme en ese mundo de "mujeres" como "mujer". Es otra pregunta que me queda pendiente. 

Lo cierto es que empecé a prestar atención a la ropa que ellas usaban, a cómo o hasta dónde se reían, a cómo se comportaban. Fue un proceso paulatino: el proceso de ir cayendo en una feminidad impostada y, por tal, imperfecta y fallida. No importa cuántos pelos me sacara de las cejas ibéricas, siempre faltaba más. Y esa cubierta externa que es la ropa, pero que - como discurso sin palabras - (de)forma el cuerpo, empezó a dejar de ser sólo externa y a colarse en mis prácticas, en mis relaciones. Todo eso en un espiral que me llevó al punto máximo de la necesidad de encajar, esta vez no en la ciudad, sino en una relación espantosa con la quintaesencia, con la idea platónica, del heteromacho. Las primeras entradas de este blog dan cuenta de eso. 

Ahí queda otra pregunta: cómo o por qué el deseo de encajar en la ciudad se independizó del lugar y pasó a ser parte de mí, reemplazando "en la ciudad" por "en cualquier parte". Y cómo o por qué ese primer sentir que no encajaba con mi virilidad en el mundo social de la ciudad, la facultad y la pensión, se hizo carne, se transformó en un sentir que no encajaba per se, es decir, en absoluto, por el sólo hecho de ser. ¿También por mi virilidad? Tal vez, no lo sé, no lo pensé, me queda como cuarta pregunta. 


Ahora, juntando las partes, mirando para atrás, caminando cerca de la chica linda y con onda que va o viene de la facultad, parecida a quien yo quise ser hace ya dieciocho años, siento que empieza a abrirse ese modo de habitar este mundo, que vuelve a entrar la luz, poquísima luz por ahora, pero la luz que puede alumbrar el camino que me lleve al lugar donde me perdí hace ya tanto tiempo. 


Es algo que empiezo a pensar. Algo que empiezo a pensar con les otres, con esxs que tampoco encajaron ni encajarán pero que abrazaron hace siglos la falta de encastre y son mis maestrxs. 




*gracias Fer https://fernandaguaglianone.wordpress.com/

domingo, 3 de abril de 2016

Juan Soledumbre o de cómo la belleza habita en la subalternidad

Hay una cosa - o más - que el Sujeto Moderno nunca va a tener:

la belleza

la finitud

un cuerpo

una muerte

Juan José Sena, nos encontramos hoy que ya te fuiste, cuando otra marica - la Silvio Lang - dice de vos:

...su habla era exuberante: extensiva como la llanura e intensa como la pulsión desbocada que la recorre.

Una suerte de Condesa sangrienta de las pampas, con la fantasía de matar a todos los amantes que desenterraron sus corazones de su cantero y lo convirtieron en “una tumba sin nadie, un cenotafio”. 

Tenía una amiga para sus “juegos peligrosos”: Olga Orozco. La educación trágica en la muerte lxs unía.

No quiero ser Sujeto, quiero ser hormiga que deviene, cuerpo que habita los rincones de este universo de la otredad, del sur, de la placita, de la esquina, de la violencia. 

No quiero ser Sujeto, quiero ser cucaracha brillante entre los papeles, la poesía, las amantes.

No quiero ser Sujeto, quiero ser marica montada de Marylin Monroe a pleno sol en un pueblo de La Pampa.

Quiero la subalternidad, quiero la belleza, quiero la finitud, quiero un cuerpo que vibra, quiero un cuerpo que tiene hambre, quiero un cuerpo que muere.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-4460-2016-04-01.html

http://elloboestepario.com.ar/resistiendo-y-respondiendo-pero-tambien-creando-con-hambre/




sábado, 2 de abril de 2016

Lluvia de abril

llueve 
y al mono que somos se le mueven unas cosas ancestrales adentro, 
porque la lluvia es siempre la lluvia.

 

 


llueve 
y estaba esto en la cabeza de unos niñes una tarde en una escuela en un país del sur del mundo:

¿qué se siente ser una flor, 

una paloma, 
un castillo de arena, 
un diente?

 

















llueve
y estaba esto
en mi cabeza:

¿qué se siente estar entre tu piel
provocar esa sonrisa que te achina los ojos
tocar tu pelo
tener para mí tus dos manos
ser tu compañera?