martes, 9 de junio de 2015

Psicoanálisis II

Hoy en el diván me di cuenta de que un hilito une mis abandonos repetitivos de cosas y personas, un hilito que no pude comprender. Sin embargo, sí pude comprender que hay una cosa que nunca fue alcanzada por ese círculo del hastío y el desencanto y entonces ahí está la clave para romperlo: la filosofía. 

Filosofía te amé desde el primer momento en que nos conocimos, yo tenía 17 años y te amé tan profundamente... Era en una pensión, era a la noche, era con un velador, era antiguo y griego. Te amé y te amo y creo que te voy a seguir amando mientras te mantengas así, infinita e inagotable, malabarista del sentido. Cuanto más te conozco más ocultás y más mostrás, saliendo de días y días de túneles veo durante segundos los perfiles de tus secretos, y cada vez que me acerco hay más, siempre más visiones del sentido. 

Filosofía sos mi relación más larga y duradera. Y la más increíble. 




"Sin embargo, existe [para los achuar] un momento
en que el conjunto homogéneo de sociabilidad
se interrumpe para dar paso a un universo salvaje
irreductiblemente ajeno al hombre.
Incomparablemente más reducido que el ámbito de la cultura
ese pequeño segmento de naturaleza comprende 
el conjunto de las cosas con las que 
ninguna comunicación puede ser establecida.
A los seres de lenguaje (aents)
cuya encarnación más acabada son los humanos,
se oponen las cosas mudas,
que pueblan universos paralelos e inaccesibles"  


martes, 2 de junio de 2015

La belleza es un puñal escondido en un jabón

Entré hoy en este contacto brutal con la belleza violenta de tener como única mercancía un cuerpo que se llena de olor a pasto y monte o semen o saliva. En el facebook de

Carta a una hermana.
Hermana, dulce puta de juventud, compañera de parques y paredones. Hoy me acordé de vos, mientras preparaba un té con leche al calor de las hornallas siempre prendidas en invierno. Ya ves, sigo siendo pobre. No se si me recordarás, si habrás vuelto a pensar en mi. Ya no se cuántos años tendrán tus hijos. Te acordás lo imbécil que fui la primera vez que te vi, embarazada y atendiendo clientes solitarios en bicicleta y te grité: M’hija! Con esa panza hacés caridad? Y vos te reíste toda con tu pelo lacio cayendo sobre tu espalda llena de pasto porque a veces ibas al medio del parque a atender a tus clientes y ellos nunca valoraban la hierba en tu pelo, ni el olor a monte de tu ropa. Ellos nunca valoraron nada, esa es la verdad. Ni los clientes ni los hombres que a veces nos esperaban en casa. Vos ya sabés, en esa época yo también tenía un galán que me hacía la guardia en las rejas de mi balcón. Y yo venía con dinero fácil, que nunca era suficiente. Éramos casi de la misma edad, vos un poco más grande que yo, no te ofendas si desnudo tu coquetería. Qué edad tienen tus hijos? Pero si casi los vimos nacer! Imaginate ese pesebre, lleno de travestis y putas recibiendo en el ahora tan bien iluminado parque sarmiento, a los frutos de tu vientre. Qué nombres les pusiste? Eran gemelos nomás? Mentían que llegaban en cualquier momento, pero vos siempre tenías un resto para atender a otro y a otro. Hermana, eso era admirable. Nunca supimos dónde se nos fue el dinero. Porque había que ver qué manera de desprender braguetas. Era una fiesta. La fiesta de la abundancia, nuestro banquete secreto, braguetas abriéndose y bolsillos lloriqueando. Pero nunca nos alcanzó más que para las compras del día. Porqué habrá sido así? Éramos las más baratas, por supuesto. Yo porque no tenía tetas, vos porque eras mujer. Las travestis, las reinas, ellas todas reconstituidas, con pechos por todos lados, ellas eran enormes pechos que sabían lo que había que cobrar. Sabés algo de Gabriela? Te acordás de la rubia que corría con tacos de acrílico cada vez que veíamos a los de la cuarta con sus luces? Dónde desaparecían todas cuando corrían al corazón del parque? Nunca me lo dijeron. Lo cierto es que esas noches que compartíamos una petaca de whisky para calmar el frío, y nos subíamos a esos autos que nunca iban a ser nuestros, y cabalgábamos sobre maridos que nunca iban a ser nuestros, y esperábamos (qué tontas), que alguno nos tendiera una mano o una propina generosa, yo siempre pensaba: acá está pasando algo verdaderamente humano. Te acordás de la vez la vez que el policía me mostró la identificación después de haberle hecho un servicio que hasta el día de hoy se debe estar acordando? Y me dijo, ahora te tengo que llevar y yo repliqué con toda mi retórica y todos mis miedos que no me quedaba otra… Parece mentira, teníamos 20 años y no nos quedaba otra ya. No se si supieron que el tipo después me llevó a mi casa y me pidió el teléfono. Pero nunca me llamó. Tampoco te pregunté por la pelirroja, la trava que medía como diez metros, que siempre andaba tosiendo porque el bicho ya le había picado. Una vez me la crucé en la calle, venía con bolsas del supermercado. Le pregunté qué iba a cocinar y me dijo que asado. Y me mostró toda la vaca fragmentada adentro de las bolsas. Tenía unas manos de oro, nunca vi manos más bonitas, ni tan grandes. Cuántas éramos en total? Cinco, a veces se sumaba la loca de los perros, la que vivía en una carpa con sus perritos, que había sido psicóloga y nos convidaba empanadas. Puta madre. Me hace llorar pensar en ella. La más linyera nos daba comida. Perdoname si te mando esta carta ahora, después de diez años, sin mucho para contarte. Me viste en la tele, me lo dijiste esa vez que nos vimos en el parque y yo iba corriendo y me preguntaste que para qué volvía y yo te dije, a estas pistas ya no vuelvo. Nunca me habían dado un abrazo tan lindo. Vos estabas otra vez embarazada y te acariciabas la panza cuando mermaba el tráfico. Qué tipos de mierda, la verdad. No nos vieron nunca. Yo a veces me pregunto si alguno tendrá memoria como para acordarse de mí y verme ahora tan bien vestida y viajando en avión y sosteniendo con alfileres esta pobre fama de pacotilla para que la gente me vaya a ver al teatro. Una vez un tipo me mandó un mail diciéndome: yo que pagaba diez pesos para que me la chupes y ahora pago la entrada para verte en el cine. Eso es arte carajo! Como tu manera de acariciarte los ocho meses de purrete que tenías dentro la última vez que te vi. Qué salvajes fuimos compañera. Tengo todavía el par de aros que me diste para que te guardara porque te estaban infectando la oreja. Son un amuleto enorme. Los conservo para no olvidarme nunca de vos, porque eso si sería imperdonable. Cuando voy a trotar al parque, ahora con el culito duro y la panza llena de comida sana, siempre te busco con la mirada, pero desde esa última vez, ya no te volví a ver. Y pensé, se habrá subido al auto equivocado? No creo… lo sabría por los noticieros. Aunque los noticieros nunca cuentan cuando las putas nos subímos a los autos equivocados. Ni cuando vamos al departamento equivocado. Ni la cantidad de veces que nos pagaron con dinero falso. Esos crímenes quedan ahí, al borde de lo salvaje, donde anduvimos siempre y de lo que cuesta tanto escapar. No sentís a veces el manotazo, la garra de lo salvaje que te llama, como el canto de una sirena? Y nuestro canto, en el medio de la noche, no más de las tres de la mañana, quizás un sábado tirábamos hasta las cinco, pero no convenía irse en los autos de los muchachitos con dinero que se acercaban a ese costado del parque porque siempre era para problemas. Angie Desiré y su jabón con una gilette adentro te lo pueden contar. Si habrá tajeado camisas de marca y bracitos de niños bien. Pero a ella nadie le hacía daño ni le vendía gato por liebre. Una vez me invitó a comer en su casa de Alta Gracia. En las ventanas tenía macetas llenas de flores. Hizo una comida no tan rica, pero no por eso menos noble. Se había puesto silicona líquida en las caderas y una le había quedado más alta que la otra, pero ella se reía de si misma y te decía TOCÁ, TOCÁ y te servía un poco más de esos fideos pasados con esa salsa insalubre llena de carne picada. No se si te molesta que te hable de ella. Yo se que habían tenido problemas por un tipo, un cliente de esos amorosos, que no deja de ser cliente. No se qué nombres le habrás puesto a tus hijos. Ya te pregunté? Me gusta saber el nombre de la gente, qué carta de presentación la del nombre. Sólo el nombre ya te dice todo del otro. Tu nombre era dulce, como masticar una flor silvestre. No te lo digo porque no quiero que nadie sepa cómo se llamaba la puta más dulce de todas las putas. La única que me mandaba mensajes cuando no me aparecía por el trabajo. Que cómo estaba, que si necesitaba algo, que si estaba haciendo la mía. Me daba vergüenza ser lo que éramos. Hoy que ya lo confesé y me saqué ese peso de encima, me sigue dando verguenza... cómo me mirarán los tipos, me querrán igual? No perdí la verguenza ni la marca de haber sido, como decía Perales: samaritanas del amor. Lo confieso. Pero hoy miro con nostalgia aquellos años de juventud. Tan fácil era creer. Hoy ya no creo en nada, o en casi nada, parezco una vieja olvidada, aunque busco la credulidad de la que era capaz hace unos años y que era inmensa, y me entran unas ganas de no haber perdido la inocencia. Te lo juro. Porqué habré perdido al inocencia compañera? Habrá sido Sebastián? No lo vi más, ya hace dos años que no se nada de él. Se casó, tuvo una hija, los suegros le regalaron una casa. La última vez que lo vi, sin embargo, estaba triste. Me gustaba más en nuestra época, te acordás cuando me fue a buscar al parque y todas se orinaron en los pantalones con sus ojeras y su metro noventa? Ese día me dijo que me amaba, y después desapareció. Tanto miedo que hemos visto. Y tanto miedo que sentimos. Sentís miedo alguna vez? Yo vivo horrorizada, mientras más grande, más pelotuda. Compañera pienso en una mañana con tus hijos, con vos, en tu querido barrio Yofre, y me entran ganas de reirme a carcajadas. Tal vez ya ni nos entenderíamos, tal vez cuando me fuera de tu casa, la una y la otra pensaríamos que la vida nos cambió demasiado y eso sería cierto. Pero las cuerdas son siempre las mismas, y te aseguro que no están desafinadas. Puedo tocar la misma canción con vos que hace diez, doce años. Cuando me escondía tras los árboles para que no me vea ningún conocido. Aún te quiero, es la verdad. Y a las otras, a Gabriela, a Angie Desireé y a la pelirroja que siempre terminaba cacheteando a algún cliente. Pero con vos, no se, siempre fuimos hermanas, siempre fuimos las que no teníamos tacos altos. Siempre nos quedábamos menos tiempo. Las putas del parque. Hermana, compañera, a vos también el tiempo te ha pasado por encima? Yo me veo arrugas todo el tiempo, nuevas arrugas cada día, y cuesta más desnudarse dignamente, por suerte la luz nos regala la penumbra. Me gustaría contarte algo distinto, pero lo cierto es que también sigo siendo melancólica, mi pelo sigue enloqueciendo en los días de humedad, sigo siendo pobre, nostálgica y llorona. Sigo estando sola, esperando algo de mí que no se si seré capaz algún día de darme. Porque no tengo manos, las tengo vacías, transparentes, no pueden asir nada. Las manos vacías, nuestras manos siempre vacías. Nuestras camas siempre vacías. Nuestras alcancías siempre vacías. Pero a mi ventana, cuando tiro migas en el balcón, vienen los pájaros y me hacen compañía. El otro día una se metió a casa y fue un tremendo susto el que me pegué. Me fui y la dejé sola en casa. Cagó sobre el escritorio, pero cuando volví ya no estaba. Bueno, compañera, es domingo, son las dos de la tarde y sigo en cama. No se qué se me dio esta mañana por escribir. Pescadora de hombres, sirena fosforescente, pelo con olor a hierba, maldigo los días que nos vieron llorar por la pobreza y la ignorancia, y los años de pobreza e ignorancia que pesaban sobre nuestros hombros, anteriores a nosotras y anteriores a nuestros padres y que nos hacían terminar en ese parque ahora tan bien iluminado. Ahora convertido en un paseo familiar. Tendrían que exorcizarlo no? para liberar a nuestros demonios que se quedaron ahí, un poco ebrios, un poco tristes, ejerciendo una pobre humanidad prestada. Te voy dejando, tengo que cocinarme algo. Quizás por la tarde con un amigo vayamos al teatro. Eso si, vos no estás, pero vieras qué buenos amigos supe conseguir. Cuando leas esta carta, mirá el plomo del cielo entristeciendo la ciudad y pensá que alguien te abraza con la memoria.