miércoles, 6 de abril de 2016

Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huída - Primera Entrega: Feminidad

Hoy iba caminando por diagonal 74, casi 8. Adelante mío iba una chica, re linda, con onda, estudiante -seguramente-, no creo que tuviera más de 20. La veo y me recuerdo a mí misma cuando llegué a la ciudad y habitaba cerca de esa zona, una zona bien del centro, por donde pasan miles de chicas, re lindas, con onda. Así quería ser yo. O así empecé a querer ser en algún momento. Antes de La Plata no, no me interesaba. En la infancia me vestía igual que mi hermano, excepto una época oscura en la que mi mamá insistió con vestirme "de nena", vestidos con cuellos ochentosos y cintas en las trenzas. Y un flequillo tremendo, gigante. En la adolescencia era pelo larguísimo sin peinar, sin jamás peinar ni cortar ni nada, un pelo increíble, salvaje, que yo amaba. Remeras de los redondos o del che, jeans hechos pelota, eternas zapatillas botitas verdes o azules. Y así habitaba, firme, sin pesar, sin dudar, con seguridad. Cogía con pibes, pero no me sentía "mujer". Ni cerca. Nada de lo que la Despentes asocia con la feminidad, y todo lo que la Despentes dice que la sociedad heterosexual considera viril:

"La feminidad: puta hipocresía. El arte de ser servil. Podemos llamarlo seducción y hacer de ello un asunto de glamour. Pero en pocos casos se trata de un deporte de alto nivel. En general, se trata simplemente de acostumbrarse a comportarse como alguien inferior. Entrar en una habitación, mirar a ver si hay hombres y querer gustarles. No hablar demasiado alto, no expresarse en un tono demasiado autoritario, no hablar de dinero. No querer tomar el poder. No querer ocupar un puesto de autoridad. No buscar el prestigio. No reírse demasiado fuerte. No ser demasiado graciosa. [...] Estar acomplejada he ahí algo femenino, eclipsada. Escuchar bien lo que te dicen. No brillar por tu inteligencia. Tener la cultura justa para poder entender lo que un guaperas tiene que contarte. Charlar es femenino. Todo lo que no deja huella. Todo lo doméstico se vuelve a hacer cada día. No lleva nombre. Ni los grandes discursos, ni los grandes libros ni las grandes cosas. Las cosas pequeñas, las monadas. Femeninas. Pero beber: viril. Tener amigos: viril. Hacer el payaso: viril. Ganar mucha pasta: viril. Tener un coche: viril. Andar como te dé la gana: viril. Querer follar con mucha gente: viril. Responder con brutalidad a algo que te amenaza: viril. No perder el tiempo en arreglarse por las mañanas: viril. Llevar ropa práctica: viril. Todas las cosas divertidas son viriles, todo lo que hace que ganes terreno es viril. Eso no ha cambiado tanto en cuarenta años." [Teoría king kong - Virginie Despentes].*


No sé cómo o por qué, entonces, cuando llegué a esta ciudad - La Plata - me sentí tan amedrentada, tan aplastada por les otres, tan intimidada, tan fuera de lugar. Eso me queda por pensar: por qué, por qué me pasó eso al llegar. 

Lo cierto es que empecé la facultad y ahí todas habitaban con soltura la feminidad. Empecé a vivir en una pensión y lo mismo: la feminidad. En algún punto de sentir que mi nueva vida me aplastaba y me asfixiaba - incluyendo shows de ataques de pánico y vómitos en la calle - me dije: hay que encajar, hay que sobrevivir. Tampoco sé cómo o por qué asocié sobrevivir con mezclarme en ese mundo de "mujeres" como "mujer". Es otra pregunta que me queda pendiente. 

Lo cierto es que empecé a prestar atención a la ropa que ellas usaban, a cómo o hasta dónde se reían, a cómo se comportaban. Fue un proceso paulatino: el proceso de ir cayendo en una feminidad impostada y, por tal, imperfecta y fallida. No importa cuántos pelos me sacara de las cejas ibéricas, siempre faltaba más. Y esa cubierta externa que es la ropa, pero que - como discurso sin palabras - (de)forma el cuerpo, empezó a dejar de ser sólo externa y a colarse en mis prácticas, en mis relaciones. Todo eso en un espiral que me llevó al punto máximo de la necesidad de encajar, esta vez no en la ciudad, sino en una relación espantosa con la quintaesencia, con la idea platónica, del heteromacho. Las primeras entradas de este blog dan cuenta de eso. 

Ahí queda otra pregunta: cómo o por qué el deseo de encajar en la ciudad se independizó del lugar y pasó a ser parte de mí, reemplazando "en la ciudad" por "en cualquier parte". Y cómo o por qué ese primer sentir que no encajaba con mi virilidad en el mundo social de la ciudad, la facultad y la pensión, se hizo carne, se transformó en un sentir que no encajaba per se, es decir, en absoluto, por el sólo hecho de ser. ¿También por mi virilidad? Tal vez, no lo sé, no lo pensé, me queda como cuarta pregunta. 


Ahora, juntando las partes, mirando para atrás, caminando cerca de la chica linda y con onda que va o viene de la facultad, parecida a quien yo quise ser hace ya dieciocho años, siento que empieza a abrirse ese modo de habitar este mundo, que vuelve a entrar la luz, poquísima luz por ahora, pero la luz que puede alumbrar el camino que me lleve al lugar donde me perdí hace ya tanto tiempo. 


Es algo que empiezo a pensar. Algo que empiezo a pensar con les otres, con esxs que tampoco encajaron ni encajarán pero que abrazaron hace siglos la falta de encastre y son mis maestrxs. 




*gracias Fer https://fernandaguaglianone.wordpress.com/

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