Cuando falla el amor
Salen del corazón
De La Cumbre
Las bolsas
Del afecto
Sudaka
Marginal
Puto
Travesti
Y yo
Hundo la nariz
Y
Te
Olvido
A
Vos
A
Vos
Que sos tan linda
Y tan perfecta
Y entendés
Tanto
Todo
Y no fallás
Nunca
Porque
Primero y
Segundo y
Tercero
Está
Lo que políticamente se debe
Sentir y
Soportar y
Decir y
Pensar y
Las causas que se deben
Abrazar y
Prescribir y
Militar
Yo no puedo eso
No quiero sufrir
No me interesa
Soportar
Más
Nada
Me rodea la muerte
Quiero vivir.
Beso mares de algodón
sin mareas, suaves son
miércoles, 26 de octubre de 2016
martes, 2 de agosto de 2016
martes, 26 de julio de 2016
En tu piel
En desmesura siento, sí,
en desmesura
en lindes de locura siento ay sí,
lindes de locura
y del toro embravecido
soy el turbión de sangre
que corre por su tráquea
y salgo al espacio hecho bramido,
soy
bramido del toro, sí
y costillar de mula, sí
y código de hormigas, sí
Y soy temblor de la torcaz
que se oculta en la espesura
y la lagartija ínfima y gris
que acaba de nacer en el desierto
soy yo
y con ojos de cristales verdes
miro en asombro
giro y miro en derredor
el tremendísimo suceso de la vida
giro y miro en derredor
el tremendísimo milagro de la vida
Y salgo de la lagartija y digo
en desmesura siento ay sí,
en desmesura
en lindes de locura siento ay sí,
lindes de locura
y de aquel gavilán
que se mece en las alturas
soy
sus ojos mirando
techos
hombres
y silencio
es que en desmesura siento
me abrazo al árbol
y soy el árbol
me abrazo al hombre
y soy el hombre
el otro
el abrazado.
*En desmesura - Zuahir Jury
en desmesura
en lindes de locura siento ay sí,
lindes de locura
y del toro embravecido
soy el turbión de sangre
que corre por su tráquea
y salgo al espacio hecho bramido,
soy
bramido del toro, sí
y costillar de mula, sí
y código de hormigas, sí
Y soy temblor de la torcaz
que se oculta en la espesura
y la lagartija ínfima y gris
que acaba de nacer en el desierto
soy yo
y con ojos de cristales verdes
miro en asombro
giro y miro en derredor
el tremendísimo suceso de la vida
giro y miro en derredor
el tremendísimo milagro de la vida
Y salgo de la lagartija y digo
en desmesura siento ay sí,
en desmesura
en lindes de locura siento ay sí,
lindes de locura
y de aquel gavilán
que se mece en las alturas
soy
sus ojos mirando
techos
hombres
y silencio
es que en desmesura siento
me abrazo al árbol
y soy el árbol
me abrazo al hombre
y soy el hombre
el otro
el abrazado.
*En desmesura - Zuahir Jury
lunes, 4 de julio de 2016
Nombrar
Crecí
en un sillón de tres cuerpos
en las siestas del verano
de una provincia
en el encierro
de mi género
leyendo
queriendo ser como los poetas malditos
esos,
los que enloquecían frente a la belleza en un molino alemán pensando en héroes de Grecia
esos,
los que ponían su hígado y sus venas y sus tumores
en el altar de la melancolía,
de las ciudades
y de las soledades
esos,
los que buscaban en la bolsa de la furia
un amor conurbano
un amor que se parece a un tren
un domingo
a las siete de la tarde
o a las ocho
esos,
los que viajaban al desierto por la belleza
y cuando al fin lograban sentarla en sus piernas
comprobaban que era horrible
y fea
y carecía de todas esas virtudes que hacen que un poeta
busque
incansablemente
desesperadamente
la muerte.
¿Quién dice que las cosas se llaman así?
¿Quién dice qué es amor y qué no es?
Pero lo que permanece - escribe Hölderlin - lo fundan los poetas.
Vos en tus películas de policía del progresismo:
no lo llamo amor.
Vos en tus películas de lo políticamente correcto:
no lo llamo amor.
Vos y tu atadura triple y cuádruple y quíntuple y sextuple con el pasado:
no lo llamo amor.
Las travas convidándome un chifle de la bolsa ganada con el sudor de sus cuerpos sudamericanos:
yo lo llamo amor.
AMOR, esas cuatro letras fundadas quién sabe por qué poeta maldito.
Amor este frío que me abraza la piel reptiliana
Amor la circunvalación
que circunvalé
tantas veces
buscándote
para no encontrar
más
que
un espejismo
un fantasma
un espectro
un frankenstein hecho con tus miedos
o con lo que sea de tu ontología incógnita.
Sé que mi salida de este mundo
es una
voluntaria.
Que no seré arrebatada,
que me pondré yo misma la bala
la pastilla
el gas
la rueda del tren.
Lo sé hoy.
Poetas malditos.
Siempre quise que me duela como a ellos.
Este órgano imposible que alguien nombra corazón.
*Imagen: Kaethe Bucther
en un sillón de tres cuerpos
en las siestas del verano
de una provincia
en el encierro
de mi género
leyendo
queriendo ser como los poetas malditos
esos,
los que enloquecían frente a la belleza en un molino alemán pensando en héroes de Grecia
esos,
los que ponían su hígado y sus venas y sus tumores
en el altar de la melancolía,
de las ciudades
y de las soledades
esos,
los que buscaban en la bolsa de la furia
un amor conurbano
un amor que se parece a un tren
un domingo
a las siete de la tarde
o a las ocho
esos,
los que viajaban al desierto por la belleza
y cuando al fin lograban sentarla en sus piernas
comprobaban que era horrible
y fea
y carecía de todas esas virtudes que hacen que un poeta
busque
incansablemente
desesperadamente
la muerte.
¿Quién dice que las cosas se llaman así?
¿Quién dice qué es amor y qué no es?
Pero lo que permanece - escribe Hölderlin - lo fundan los poetas.
Vos en tus películas de policía del progresismo:
no lo llamo amor.
Vos en tus películas de lo políticamente correcto:
no lo llamo amor.
Vos y tu atadura triple y cuádruple y quíntuple y sextuple con el pasado:
no lo llamo amor.
Las travas convidándome un chifle de la bolsa ganada con el sudor de sus cuerpos sudamericanos:
yo lo llamo amor.
AMOR, esas cuatro letras fundadas quién sabe por qué poeta maldito.
Amor este frío que me abraza la piel reptiliana
Amor la circunvalación
que circunvalé
tantas veces
buscándote
para no encontrar
más
que
un espejismo
un fantasma
un espectro
un frankenstein hecho con tus miedos
o con lo que sea de tu ontología incógnita.
Sé que mi salida de este mundo
es una
voluntaria.
Que no seré arrebatada,
que me pondré yo misma la bala
la pastilla
el gas
la rueda del tren.
Lo sé hoy.
Poetas malditos.
Siempre quise que me duela como a ellos.
Este órgano imposible que alguien nombra corazón.
*Imagen: Kaethe Bucther
Viento
...es que yo no puedo manterme firme
en el viento
de
tu deseo
me lleva puesta,
me arranca de raíz,
me vuela
como una tormenta
terrible
vámonos de aquí.
https://www.youtube.com/watch?v=Sfnp51zlgcc
en el viento
de
tu deseo
me lleva puesta,
me arranca de raíz,
me vuela
como una tormenta
terrible
vámonos de aquí.
https://www.youtube.com/watch?v=Sfnp51zlgcc
viernes, 24 de junio de 2016
Angst
un montón de alcohol
y de sal
y una pasti de dormir
y la Plegaria para un niño dormido
y unas tímidas ganas de morir
de
una
v
e
z
por todas.
Así.
Vivir es heterosexual
Vivir es capitalista
Vivir es patriarcal
Practico el odio libre
Voy a militar la (mi) muerte libre.
O más bien morir.
Muerte es un sustantivo.
Morir es acción directa.
(que alguien cuide de mis dos anclitas gatis)
y de sal
y una pasti de dormir
y la Plegaria para un niño dormido
y unas tímidas ganas de morir
de
una
v
e
z
por todas.
Así.
Vivir es heterosexual
Vivir es capitalista
Vivir es patriarcal
Practico el odio libre
Voy a militar la (mi) muerte libre.
O más bien morir.
Muerte es un sustantivo.
Morir es acción directa.
(que alguien cuide de mis dos anclitas gatis)
martes, 21 de junio de 2016
Muerte II
La de Ioshua.
Me lo encuentro como a otres que se fugaron antes de que yo llegue - siempre demasiado tarde.
Abro su libro en la página 76, ese número.
Un pibe que vale la pena - se llama y me apuñala, la tarde de un día de puñales en Tolosa:
Sabe que la birra se toma del pico de la botella,
por Morón y a las 3 de la madrugada.
Un pibe por el que vale la pena jugarse los viajes
Sabe que las rayas se peinan gruesas y que después
de un saque no hay nada más delicioso que
seguirlo con un beso profundo.
Un pibe piola posta
Sabe muy bien que la pija se chupa encerrados
en mi pieza, tomando Gancia, escuchando
Metallica y armando un porro.
Un pibe por el que vale romperse el pecho
Sabe mejor que nadie que
"Te amo, no me dejes nunca" se dice con su
cabeza en mi hombro, sentados en el piso de
un furgón del Sarmiento, volviendo a Merlo
después de un recital de La Renga.
Tontamente, tiernamente, locamente, desesperadamente,
con todo mi cuerpo
amo, yo, esas vidas que no le tienen miedo a nada.
Miedo a nada.
Voy a quedarme callado
para que me escuches mejor.
Me lo encuentro como a otres que se fugaron antes de que yo llegue - siempre demasiado tarde.
Abro su libro en la página 76, ese número.
Un pibe que vale la pena - se llama y me apuñala, la tarde de un día de puñales en Tolosa:
Sabe que la birra se toma del pico de la botella,
por Morón y a las 3 de la madrugada.
Un pibe por el que vale la pena jugarse los viajes
Sabe que las rayas se peinan gruesas y que después
de un saque no hay nada más delicioso que
seguirlo con un beso profundo.
Un pibe piola posta
Sabe muy bien que la pija se chupa encerrados
en mi pieza, tomando Gancia, escuchando
Metallica y armando un porro.
Un pibe por el que vale romperse el pecho
Sabe mejor que nadie que
"Te amo, no me dejes nunca" se dice con su
cabeza en mi hombro, sentados en el piso de
un furgón del Sarmiento, volviendo a Merlo
después de un recital de La Renga.
Tontamente, tiernamente, locamente, desesperadamente,
con todo mi cuerpo
amo, yo, esas vidas que no le tienen miedo a nada.
Miedo a nada.
Voy a quedarme callado
para que me escuches mejor.
sábado, 11 de junio de 2016
Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huida. Seis: Una deuda con chupar
mi papá era pediatra
mi mamá una persona que creía en el discurso médico
así que no usé jamás chupete
ni mamadera
ni almohada
y a los seis meses me sacaron la teta.
de ahí una deuda con chupar
una deuda con la succión
una biología atravesada por lo simbólico que comenzaba a llenarse de síntomas
o de otras formas, más simbólicas, menos biológicas,
de alcanzar ese mundo que la succión no me daba,
por ausente
por seccionada de mis posibilidades
por proscripta
descubrir el mundo y a lxs demás en él con los ojos y no con la boca
con el lenguaje y no con el cuerpo
con el tacto seco del pensamiento y no con el toque caliente y mojado de la saliva
de ahí una deuda con chupar
una fascinación por chupar
por lastimarme las encías con palitos y clips
por hincar la boca y la lengua en los confines de las personas
por pasar la lengua
por succionar
por morder
por invertir en eso
momentos sin fin
ajustando cuentas con mi biología
y mi pasado
de ahí vos,
otro mundo
otro mundo, vos
otro mundo
uno infinito de posibilidades
primordial
originario
el mundo.
mi mamá una persona que creía en el discurso médico
así que no usé jamás chupete
ni mamadera
ni almohada
y a los seis meses me sacaron la teta.
de ahí una deuda con chupar
una deuda con la succión
una biología atravesada por lo simbólico que comenzaba a llenarse de síntomas
o de otras formas, más simbólicas, menos biológicas,
de alcanzar ese mundo que la succión no me daba,
por ausente
por seccionada de mis posibilidades
por proscripta
descubrir el mundo y a lxs demás en él con los ojos y no con la boca
con el lenguaje y no con el cuerpo
con el tacto seco del pensamiento y no con el toque caliente y mojado de la saliva
de ahí una deuda con chupar
una fascinación por chupar
por lastimarme las encías con palitos y clips
por hincar la boca y la lengua en los confines de las personas
por pasar la lengua
por succionar
por morder
por invertir en eso
momentos sin fin
ajustando cuentas con mi biología
y mi pasado
de ahí vos,
otro mundo
otro mundo, vos
otro mundo
uno infinito de posibilidades
primordial
originario
el mundo.
lunes, 6 de junio de 2016
F.G.L.
Y entonces la primera vez que amanece en mi casa
(era mi cumpleaños y era el cumpleaños de Federico)
me deja un papelito
escrito a mano
donde dice:
¡Dejo el duro marfil de mi cabeza
apiádate de mí, rompe mi duelo!
que soy amor, que soy naturaleza
F.G.L
y entonces la tercera o cuarta vez que vuelvo de su casa
busco y encuentro
unos Sonetos del amor oscuro
donde Federico dice:
¡Ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡Ay perro en corazón, voz perseguida,
silencio sin confín, lirio maduro!
Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
¡Deja el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!
y entonces yo,
que sólo creo en el dios de las palabras
leo voz secreta del amor oscuro,
leo voz perseguida
leo balido sin lanas
herida
aguja de hiel
camelia hundida
corriente sin mar
ciudad sin muro
caliente voz de hielo
y leo huye de mí
y leo no me quieras perder en la maleza
(pero yo sí quiero perderme en la maleza
yo sí quiero escuchar carne y cielo gemir sin fruto )
y leo rompe mi duelo
y ahí me detengo
en esas tres palabras
y agarro el hilito del sentido
y me ato al mástil de mi nave
para no sucumbir ante la belleza
de él,
y de ella,
pero es difícil.
Difícil.
Cuando a la mañana siguiente me muestra los mocos en su pañuelo
y me invita a tomar leche materna
me doy cuenta que mi nave va derechito a las sirenas
y que me voy a ahogar
y que quiero ahogarme.
(era mi cumpleaños y era el cumpleaños de Federico)
me deja un papelito
escrito a mano
donde dice:
¡Dejo el duro marfil de mi cabeza
apiádate de mí, rompe mi duelo!
que soy amor, que soy naturaleza
F.G.L
y entonces la tercera o cuarta vez que vuelvo de su casa
busco y encuentro
unos Sonetos del amor oscuro
donde Federico dice:
¡Ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡Ay perro en corazón, voz perseguida,
silencio sin confín, lirio maduro!
Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
¡Deja el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!
y entonces yo,
que sólo creo en el dios de las palabras
leo voz secreta del amor oscuro,
leo voz perseguida
leo balido sin lanas
herida
aguja de hiel
camelia hundida
corriente sin mar
ciudad sin muro
caliente voz de hielo
y leo huye de mí
y leo no me quieras perder en la maleza
(pero yo sí quiero perderme en la maleza
yo sí quiero escuchar carne y cielo gemir sin fruto )
y leo rompe mi duelo
y ahí me detengo
en esas tres palabras
y agarro el hilito del sentido
y me ato al mástil de mi nave
para no sucumbir ante la belleza
de él,
y de ella,
pero es difícil.
Difícil.
Cuando a la mañana siguiente me muestra los mocos en su pañuelo
y me invita a tomar leche materna
me doy cuenta que mi nave va derechito a las sirenas
y que me voy a ahogar
y que quiero ahogarme.
viernes, 27 de mayo de 2016
Archai
Alcohol
otra vez.
Estuve en una fiestaheterosexual
la subalternidad
la bellezajueves, 28 de abril de 2016
Cosas
Mi primera boleta de examen
y todos los tickets de todas las veces que llamé a casa
en el año 98
de todas las veces que fui al cine y con quién
de todos mis viajes a
de una almohada que me salió setenta centavos
de pedidos de fotocopias
Papeles de todos los amores que tuve en la primera década del siglo XXI
y en la última del XX
de notas de mis compañeras de casa: vuelvo tarde, si llama mi viejo digan que me fui a cursar
de primeras veces de otras personas
de mi primera feria del libro
del plano de una casa prefabricada
Cartas que no mandé
Cartas que me mandaron
Diarios
Servilletas de bares que ya no existen
Una lista de super escrita por otra persona
El ticket de mi primera Metafisica de Aristóteles
Pasajes de tren
de subte
Entradas
Papelitos con direcciones de amigos que se mudaron
Cartas no sé a quién sin enviar
Entradas a la cancha
Una receta de rivotril a mi nombre
Una carta donde llamo a alguien hipocampo encendido
Sobres de azúcar
Postales
Papeles de golosinas que cobraron sentido cuando sobre ellos escribí:
última cajita de sugus que me comí en la pensión
Todas las fotos de un catálogo de Taschen recortadas y metidas en una caja de
Camel 10
Dibujos
Talismanes
Origamis
Partes de antiguos móviles
Llaves
Llaves
Llaves
Llaves
Llaves
Cuarenta y nueve llaves
Llaves de todas las casas en las que viví
Llaves de casas en las que vivieron mis amigues
Mi última boleta de examen
Una cierta propensión a la melancolía.
Tal vez.
Podría decirse.
Podría enunciarse.
Una cierta propensión al significado.
O al pasado.
O a ver cómo una cosa se apaga cuando de ella se escapa el sentido.
O a ver cómo aparece el silencio donde antes podía decir tanto.
O a ver cómo nace un mero objeto donde antes había una puñalada de tiempo.
https://www.youtube.com/watch?v=E9628W2Y7Dw
y todos los tickets de todas las veces que llamé a casa
en el año 98
de todas las veces que fui al cine y con quién
de todos mis viajes a
de una almohada que me salió setenta centavos
de pedidos de fotocopias
Papeles de todos los amores que tuve en la primera década del siglo XXI
y en la última del XX
de notas de mis compañeras de casa: vuelvo tarde, si llama mi viejo digan que me fui a cursar
de primeras veces de otras personas
de mi primera feria del libro
del plano de una casa prefabricada
Cartas que no mandé
Cartas que me mandaron
Diarios
Servilletas de bares que ya no existen
Una lista de super escrita por otra persona
El ticket de mi primera Metafisica de Aristóteles
Pasajes de tren
de subte
Entradas
Papelitos con direcciones de amigos que se mudaron
Cartas no sé a quién sin enviar
Entradas a la cancha
Una receta de rivotril a mi nombre
Una carta donde llamo a alguien hipocampo encendido
Sobres de azúcar
Postales
Papeles de golosinas que cobraron sentido cuando sobre ellos escribí:
última cajita de sugus que me comí en la pensión
Todas las fotos de un catálogo de Taschen recortadas y metidas en una caja de
Camel 10
Dibujos
Talismanes
Origamis
Partes de antiguos móviles
Llaves
Llaves
Llaves
Llaves
Llaves
Cuarenta y nueve llaves
Llaves de todas las casas en las que viví
Llaves de casas en las que vivieron mis amigues
Mi última boleta de examen
Una cierta propensión a la melancolía.
Tal vez.
Podría decirse.
Podría enunciarse.
Una cierta propensión al significado.
O al pasado.
O a ver cómo una cosa se apaga cuando de ella se escapa el sentido.
O a ver cómo aparece el silencio donde antes podía decir tanto.
O a ver cómo nace un mero objeto donde antes había una puñalada de tiempo.
https://www.youtube.com/watch?v=E9628W2Y7Dw
martes, 26 de abril de 2016
Sudor de otoño que es como la magdalena de Proust
Este olor a chivo
que sudo en tu remera
que inunda tu buzo
este olor a chivo
este olor humano
me recuerda
el límite que ponías a mi nariz,
que no podía acercase
ni remotamente
a tu axilas
el límite que ponías a mis dedos,
a mi lengua,
que no podían figurar
ni remotamente
en tus negadas
tres
veces
negadas
cartografías anales
me recuerda
también
ese día final en el que dijiste
que no podíamos siquiera tener un hijo
que te daba miedo tener un hijo
conmigo
por que yo - dijiste - no quiero ser normal
y entonces no podríamos criarlo
sería un conflicto
un conflicto
ideológico
- dijiste.
te daba miedo
- pienso -
tener un hijo libre
un hijo que haga preguntas
un hijo al que no le de asco que en sus sábanas duerma
un gato
o dos
un hijo que quiera no lavarse los dientes un día
que odie a la policía
y los asados
y quiera una casa de barro
y hacer tela los domingos en una plaza
- como esa gente que a vos te interpelaba tanto -
y pintarse las uñas
o la boca
y cartografiar su cuerpo de otras posibles maneras
y cartografiar sus amores de otras posibles maneras
y sus alianzas político-afectivas
y sexo-afectivas
y mostri-afectivas
y mutante-afectivas
un hijo que sepa conectar
la a con la f con la e con la c con la t con la o con la s
y que instale en el campo semántico de esas siete letras
su modo de habitar
este mundo
y otros mundos
Te daba miedo la vida inmensa
tan inmensa sobresaliendo
por todos los costados
y todas las axilas
y todos los anos
de
tu
pequeñísimo
marco
Qué bien que me fui de vos
que sudo en tu remera
que inunda tu buzo
este olor a chivo
este olor humano
me recuerda
el límite que ponías a mi nariz,
que no podía acercase
ni remotamente
a tu axilas
el límite que ponías a mis dedos,
a mi lengua,
que no podían figurar
ni remotamente
en tus negadas
tres
veces
negadas
cartografías anales
me recuerda
también
ese día final en el que dijiste
que no podíamos siquiera tener un hijo
que te daba miedo tener un hijo
conmigo
por que yo - dijiste - no quiero ser normal
y entonces no podríamos criarlo
sería un conflicto
un conflicto
ideológico
- dijiste.
te daba miedo
- pienso -
tener un hijo libre
un hijo que haga preguntas
un hijo al que no le de asco que en sus sábanas duerma
un gato
o dos
un hijo que quiera no lavarse los dientes un día
que odie a la policía
y los asados
y quiera una casa de barro
y hacer tela los domingos en una plaza
- como esa gente que a vos te interpelaba tanto -
y pintarse las uñas
o la boca
y cartografiar su cuerpo de otras posibles maneras
y cartografiar sus amores de otras posibles maneras
y sus alianzas político-afectivas
y sexo-afectivas
y mostri-afectivas
y mutante-afectivas
un hijo que sepa conectar
la a con la f con la e con la c con la t con la o con la s
y que instale en el campo semántico de esas siete letras
su modo de habitar
este mundo
y otros mundos
Te daba miedo la vida inmensa
tan inmensa sobresaliendo
por todos los costados
y todas las axilas
y todos los anos
de
tu
pequeñísimo
marco
Qué bien que me fui de vos
sábado, 23 de abril de 2016
Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huída - Cinco: Aportar el cuerpo
Empieza así, con mi mail a Camila Sosa Villada, después de leer su "Carta a una hermana".
"Cuando leo tu Carta a una hermana, cuando la leo yo, que nunca arriesgué mi cuerpo en nada pero que siempre anduve añorando vivir, vivir las vidas que yo veía del otro lado de la ventanilla, cuando era chica y mis viejos me llevaban a Buenos Aires, yo que siempre sufrí de melancolía, que soy una persona anodina con un trabajo normal y dos gatos, cuando leo tu carta y leo que en ese parque vos pensabas "acá está pasando algo realmente humano", entonces, ahora que ya tengo 35 y nunca arriesgué mi cuerpo en nada, se me saltan las lágrimas como a los payasos de los circos, se me saltan las lágrimas y lloro y se me caen los mocos frente a la belleza, ésa, la única en la que creo, que es la ternura dura de esos paisajes realmente humanos, como cuando pensás qué distinto hubiese sido todo si hubieses nacido mujer, o cuando con tu poesía te das cuenta de que nadie más veía la hierba en el pelo de tu amiga, o cuando te das cuenta de que los hombres no entienden nada, que no pueden entender nada, que no te pueden ver. Lloro de melancolía y pienso que tal vez como yo pensaste muchas veces que sería mejor desaparecer de este mundo en el que nadie ve nada. O que la importancia de pelearla y estar vivo es una retórica que no hace que tu día sea más corto. Y con eso no quiero decir que vos o yo seamos unas depresivas que no sabemos qué hacer. Abrazo la violencia, puteo con cada palabra, me agarro a las piñas con la vida y con la humanidad, es sólo que a veces me canso.
No sé si existe el afecto, y si existe, no sé si sirve, e incluso tal vez no lo necesites y pienses qué mierda le pasa a ésta. Sólo quiero decirte que te amé y te amo en cada palabra que escribiste, que me encuentro en esos micromundos de tu poesía terrible, que ojalá persistas, que lo único que importa es la belleza, que ya no puedo oler el pasto recién cortado sin pensar en tus palabras".
Arriesgarse.
Yo nunca arriesgué mi cuerpo en nada.
Mi hermano más chico tuvo asma desde que recuerdo. Azul y en pijama, conectado eternamente a un tubo de oxígeno, sus rulos y sus ojos tan negros que ya parecían rojos, sobrepasaban el límite plástico de la máscara de las nebulizaciones. Mi otro hermano, dos tumores en la columna. Operación. Y otra operación. Y muchas resonancias. Mi abuela después de bañarse pidiéndome que le prenda el corpiño. La espalda curva y un gran lunar en alguna parte. En esos mundos donde el cuerpo era demasiado visible - todes deambulábamos en pelotas por la casa -, asumí, de alguna manera, que mi cuerpo no podía enfermar, que no podía habitar lugares con tijeras ni bisturíes ni máscaras de oxígeno. La única noche que pasé en un hospital fue para acompañar a una amiga de mi vieja que se había hecho algo así como una liposucción. Primera escena de intervención corporal voluntaria.
Y ahí desapareció el cuerpo. Me fui de casa y el cuerpo desapareció. Tanto que nunca tuve pudor ni vergüenza de los vecinos ni de mis compañeras de pensión, depto o casa, ni de nadie. Un cuerpo invisible. Tanto como sólo lo puede invisibilizar la filosofía.
Y ahí aparecieron, con los mostris, otros usos del cuerpo. CuerpoPuerco. Posporno. Perfos. Culos. Pajas colectivas en escenarios. Intervenciones. Ablaciones. Exposiciones. Manos y conchas. Y pocas o ninguna pija. Las pijas no son posporno. Son porno. Pero ninguna cosa en mi cuerpo. Sólo atravesando el espacio frente a mis ojos. Una perfecta filósofa contemplativa.
Un día del segundo cuatrimestre - esa segmentación académica de la temporalidad - un profesor leyó en la luz del cuarto piso en la clase de Estética: "La ciencia manipula las cosas y se rehúsa a habitarlas. Saca de ellas sus modelos internos, y operando con esos índices o variables las transformaciones que su definición le permite, no se confronta sino de tarde en tarde con el mundo actual. Ella es, siempre ha sido, ese pensamiento admirablemente activo, ingenioso, desenvuelto, ese prejuicio de tratar a todo ser como 'objeto en general'".
Y en el siguiente apartado, Merleau-Ponty escribe esto, que también ese profesor leyó, recuerdo que me cegaban el calor y el atardecer. Y que yo siempre me sentaba al lado de la ventana y enfocaba un edificio muy blanco, muy soleado, sobre la calle 7, y pensaba en las vidas que trancurrían ahí con semejante sol: "El pintor "aporta su cuerpo", dice Valéry. Y en efecto, no se ve cómo un Espíritu podría pintar".
Esas palabras me dolieron. Yo nunca podría pintar, nunca podría tocar la guitarra, nunca podría cantar. Porque para eso hay que "aportar el cuerpo". Y yo no tenía uno. Yo nunca había tenido verdaderamente uno, uno que pudiera enfermar o tentarme a arriesgar(me). Yo sólo podía hacer ciencia, o filosofía, que es lo mismo pero con diferentes hegemonías.
Una vez, en el campo, mi pierna se quedó enganchada en un alambre de púas. Tiré y tiré. Mi cuerpo se rompió y esa cicatriz que todavía tengo, fue como un trofeo, una coagulación de realidad. La amé en secreto. Porque claro. Yo no tenía un cuerpo. Pero ese cuerpo existía.
Esa búsqueda de cicatrices y golpes y rodillas con sangre. No me gustaba salir y volver sin raspones. Sin barro. Es como el hombre invisible. Sólo tirándole un baldazo de pintura, un baldazo de barro - un balde - se puede ver su cuerpo invisible. Sangrar vale igual.
Después no sangré más. Mis genitales me asignaron una serie de conductas en las que sangrar por las rodillas y los codos ya no era posible. Sólo se podía sangrar en el acto privado de menstruar. Tu cuerpo se hace visible pero sólo para vos. Sólo en un baño. No cuenta eso como "aportar el cuerpo".
Así que no aporté más el cuerpo. Mis afinidades fueron hacia filósofos que se ovidaban del cuerpo o sostenían que les estorbaba para pensar. Mi primera lectura de Platón hace 18 años fue ese pasaje del Fedón, cuando Sócrates trata de calmar a sus amigos, de explicarles que no le importa morir, que morir está bien, porque lo que muere es el cuerpo:
"- ¿Y que hay respecto de los demás cuidados del cuerpo? ¿Te parece que tal persona [el filósofo] los considera importantes? Por ejemplo, la adquisición de mantos y calzados elegantes, y los demás embellecimientos del cuerpo, ¿te parece que los tiene en estima, o que los desprecia, en la medida en que no tiene una gran necesidad de ocuparse de ellos?
- A mí me parece que los desprecia - dijo - por lo menos el que es de verdad filósofo.
- Por lo tanto [los "por lo tanto" de Sócrates] ¿no te parece que, por entero, la ocupación de tal individuo no se centra en el cuerpo, sino que, en cuanto puede, está apartado de éste? [...] ¿Es que no está claro, desde un principio, que el filósofo libera su alma al máximo de la vinculación con el cuerpo, muy a diferencia de los demás hombres?"
Eso quería yo que alguien me dijera, que alguien aprobara mi desinterés por el cuerpo, por la ropa, por el pelo. Y Sócrates lo aprobaba.
Así habían empezado a andar por un París fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche [yo no, yo nunca me podría dejar llevar, yo nunca iba a ser La Maga, pero tampoco Oliveira, él se dejaba llevar, el habitaba su cuerpo, yo no podía] acatando itinerarios nacidos de una frase de clochard, de una bohardilla iluminada en el fondo de una calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en los bancos o mirar las rayuelas, los ritos infantiles del guijarro y el salto sobre un pie para entrar en el Cielo [no el Cielo del alma socrática, éste uno de tiza y por lo tanto corpóreo].
Yo ya era hacía mucho tiempo de Sócrates, de Descartes - no es casual que mi mejor monografía, a la que más empeño le puse, haya sido una sobre la separación alma-cuerpo en la filosofía de Descartes -. Me caía mal Freud con su caca y sus tres ensayos de teoría sexual, prefería a Piaget con sus infinitos datos observables para dar cuenta del maravilloso nacimiento de la inteligencia.
No, no hemos vivido así. Ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta del pie [aprender a tocar el cuerpo con la punta del pie o de las palabras]. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire [una incansable fascinación por ver pasar los aviones, ballenas del aire, con sus panzas blancas, tan arriba, tan allá, tan lejos de la tierra], girando alucinada [alucinada] en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada.
Y no lo sabe,
igualita a la golondrina.
No necesita saber como yo.
Yo necesito saber. Yo no puedo ser como la golondrina.
Y como esto es una genealogía, tengo que hablar de unos días en Valparaíso, que es donde una vez nació mi cuerpo, aunque después nunca haya podido cruzar la cordillera.
No, tengo que hablar de otro lugar de Chile, Calama [pero siempre cerca del Pacífico, ése, el más antiguo, el que allá por lo tiempos de la Pangea lo rodeaba todo de azul]. Fue con ese descomunal cuerpo que había venido de Calama que yo empecé a nacer en uno. En el mío. Pero sin arriesgarlo todavía. Sin aportarlo en la merca, ni en el alcohol, sólo en el sexo y en el sudor, interminable sudor.
Valparaíso entonces. Arrastré mi cuerpo de San Pedro de Atacama a Valparaíso con mucho miedo. Miedo en la frontera. Miedo en la casa desconocida y con un farolito amarillo atrás del cementerio en la que dormí. Miedo en Antofagasta en la ruta a la noche haciendo dedo para poder volver del Pacífico. Miedo en Coquimbo, el taxista que dejó su recorrido para llevarme a ver las vistas de los cerros. Miedo que probó que yo tenía un cuerpo. Aunque los filósofos no lo consideren importante y aunque no lo sumerjan en ríos metafísicos. Llegué a Valparaíso y de tanto tener miedo mi cuerpo ya estaba nacido y completo cuando tomé la micro 107 hacia la subida Ecuador. Y ahí estaba un perro francés, un bretón, todo su cuerpo y su pelo de fuego y sus viajes por África y nada de miedo, todo abierto, todos sus agujeros, sus esfínteres, sus ojos azules.
Así habían empezado a andar por un Valparaíso fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche.
Así conocí Éden Éden Éden, el libro censurado de Guyotat, y a Blaise Cendrars, y el canal Saint Martin, en Rennes. Otros lenguajes que aparecían sólo si la carne mía. Y si no, no. Hundir los dedos bien hondo, por debajo de la superficie, la lengua bien hondo, la nariz. Nacer en un cuerpo. Recuerdo abrazar el suyo con todo fervor, en Con Con, al lado de una santa rita que explotaba, al lado del mar, un abrazo que no era de cariño ni de afecto ni de deseo, un abrazo que era tratar de anclarme a ese río metafísico, que era tratar de capturar ese origen y esa condensación del riesgo que nunca más iba a volver a tocar con semejante intensidad.
Tu cuerpo delimita una pequeña intensidad rodeada de nada. Como una isla. En casi ninguna parte estás. Y sin embargo en ese punto se condensaron tantas cosas.
Así decía mi carta.
Cuando eso pasó pude al fin entender qué quiere decir otra francesa, la Yourcenar, cuando escribe:
Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido [no para mí] que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorarme.
O qué quiere decir en Fuegos, cuando escribe:
La muerte, para acabar conmigo, tendrá que contar con mi complicidad
O esto otro:
Un corazón es tal vez algo sucio. Pertenece a las tablas de anatomía y al mostrador del carnicero. Yo prefiero tu cuerpo.
O esto:
Leda decía: «Ya no soy libre para suicidarme desde que me he comprado un cisne»
Pude al fin entender a Mishima en Nieve de primavera [otro que se hizo de un cuerpo y cuando creyó que ya estaba bien lo atravesó con una daga] cuando escribe:
Su voz brotaba con el gozo de otra edad, la de las rebeldías. Edad olvidada por esta generación, edad en la que el temor a la muerte y a la cárcel no contenía a nadie. Edad en la que estar amenazado de ambas cosas era el pan cotidiano. Ella pertenecía a una generación de mujeres que no habían tenido reparos en lavar los platos en el río mientras pasaban flotando los cadáveres.
Sin embargo, esas comprensiones, esos nacimientos, fueron apagándose en esta lluvia omnipresente del pensamiento. Siempre el pensamiento. Sócrates viejo zorro. Más socrática que nietzscheana, atrapada por Parménides aunque me creyera de Heráclito, a mi pesar, no pudiendo pasar del pensamiento a la vida, al puro devenir, eligiendo los filósofos y las personas equivocadas. Así me volvió esta angustia y esta conmoción cuando veo que alguien pone el cuerpo, en la esquina, en una perfo, en una balsa cruzando el mar o el desierto de Sonora, o entrando a un hospital, o gestando un ser humano, o estando simplemente entre las cosas.
Me abruma el pensamiento y sin embargo creo que tengo que seguir pensando.
No sé si existe el afecto, y si existe, no sé si sirve, e incluso tal vez no lo necesites y pienses qué mierda le pasa a ésta. Sólo quiero decirte que te amé y te amo en cada palabra que escribiste, que me encuentro en esos micromundos de tu poesía terrible, que ojalá persistas, que lo único que importa es la belleza, que ya no puedo oler el pasto recién cortado sin pensar en tus palabras".
Arriesgarse.
Yo nunca arriesgué mi cuerpo en nada.
Mi hermano más chico tuvo asma desde que recuerdo. Azul y en pijama, conectado eternamente a un tubo de oxígeno, sus rulos y sus ojos tan negros que ya parecían rojos, sobrepasaban el límite plástico de la máscara de las nebulizaciones. Mi otro hermano, dos tumores en la columna. Operación. Y otra operación. Y muchas resonancias. Mi abuela después de bañarse pidiéndome que le prenda el corpiño. La espalda curva y un gran lunar en alguna parte. En esos mundos donde el cuerpo era demasiado visible - todes deambulábamos en pelotas por la casa -, asumí, de alguna manera, que mi cuerpo no podía enfermar, que no podía habitar lugares con tijeras ni bisturíes ni máscaras de oxígeno. La única noche que pasé en un hospital fue para acompañar a una amiga de mi vieja que se había hecho algo así como una liposucción. Primera escena de intervención corporal voluntaria.
Y ahí desapareció el cuerpo. Me fui de casa y el cuerpo desapareció. Tanto que nunca tuve pudor ni vergüenza de los vecinos ni de mis compañeras de pensión, depto o casa, ni de nadie. Un cuerpo invisible. Tanto como sólo lo puede invisibilizar la filosofía.
Y ahí aparecieron, con los mostris, otros usos del cuerpo. CuerpoPuerco. Posporno. Perfos. Culos. Pajas colectivas en escenarios. Intervenciones. Ablaciones. Exposiciones. Manos y conchas. Y pocas o ninguna pija. Las pijas no son posporno. Son porno. Pero ninguna cosa en mi cuerpo. Sólo atravesando el espacio frente a mis ojos. Una perfecta filósofa contemplativa.
Un día del segundo cuatrimestre - esa segmentación académica de la temporalidad - un profesor leyó en la luz del cuarto piso en la clase de Estética: "La ciencia manipula las cosas y se rehúsa a habitarlas. Saca de ellas sus modelos internos, y operando con esos índices o variables las transformaciones que su definición le permite, no se confronta sino de tarde en tarde con el mundo actual. Ella es, siempre ha sido, ese pensamiento admirablemente activo, ingenioso, desenvuelto, ese prejuicio de tratar a todo ser como 'objeto en general'".
Y en el siguiente apartado, Merleau-Ponty escribe esto, que también ese profesor leyó, recuerdo que me cegaban el calor y el atardecer. Y que yo siempre me sentaba al lado de la ventana y enfocaba un edificio muy blanco, muy soleado, sobre la calle 7, y pensaba en las vidas que trancurrían ahí con semejante sol: "El pintor "aporta su cuerpo", dice Valéry. Y en efecto, no se ve cómo un Espíritu podría pintar".
Esas palabras me dolieron. Yo nunca podría pintar, nunca podría tocar la guitarra, nunca podría cantar. Porque para eso hay que "aportar el cuerpo". Y yo no tenía uno. Yo nunca había tenido verdaderamente uno, uno que pudiera enfermar o tentarme a arriesgar(me). Yo sólo podía hacer ciencia, o filosofía, que es lo mismo pero con diferentes hegemonías.
Una vez, en el campo, mi pierna se quedó enganchada en un alambre de púas. Tiré y tiré. Mi cuerpo se rompió y esa cicatriz que todavía tengo, fue como un trofeo, una coagulación de realidad. La amé en secreto. Porque claro. Yo no tenía un cuerpo. Pero ese cuerpo existía.
Esa búsqueda de cicatrices y golpes y rodillas con sangre. No me gustaba salir y volver sin raspones. Sin barro. Es como el hombre invisible. Sólo tirándole un baldazo de pintura, un baldazo de barro - un balde - se puede ver su cuerpo invisible. Sangrar vale igual.
Después no sangré más. Mis genitales me asignaron una serie de conductas en las que sangrar por las rodillas y los codos ya no era posible. Sólo se podía sangrar en el acto privado de menstruar. Tu cuerpo se hace visible pero sólo para vos. Sólo en un baño. No cuenta eso como "aportar el cuerpo".
Así que no aporté más el cuerpo. Mis afinidades fueron hacia filósofos que se ovidaban del cuerpo o sostenían que les estorbaba para pensar. Mi primera lectura de Platón hace 18 años fue ese pasaje del Fedón, cuando Sócrates trata de calmar a sus amigos, de explicarles que no le importa morir, que morir está bien, porque lo que muere es el cuerpo:
"- ¿Y que hay respecto de los demás cuidados del cuerpo? ¿Te parece que tal persona [el filósofo] los considera importantes? Por ejemplo, la adquisición de mantos y calzados elegantes, y los demás embellecimientos del cuerpo, ¿te parece que los tiene en estima, o que los desprecia, en la medida en que no tiene una gran necesidad de ocuparse de ellos?
- A mí me parece que los desprecia - dijo - por lo menos el que es de verdad filósofo.
- Por lo tanto [los "por lo tanto" de Sócrates] ¿no te parece que, por entero, la ocupación de tal individuo no se centra en el cuerpo, sino que, en cuanto puede, está apartado de éste? [...] ¿Es que no está claro, desde un principio, que el filósofo libera su alma al máximo de la vinculación con el cuerpo, muy a diferencia de los demás hombres?"
Eso quería yo que alguien me dijera, que alguien aprobara mi desinterés por el cuerpo, por la ropa, por el pelo. Y Sócrates lo aprobaba.
Así habían empezado a andar por un París fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche [yo no, yo nunca me podría dejar llevar, yo nunca iba a ser La Maga, pero tampoco Oliveira, él se dejaba llevar, el habitaba su cuerpo, yo no podía] acatando itinerarios nacidos de una frase de clochard, de una bohardilla iluminada en el fondo de una calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en los bancos o mirar las rayuelas, los ritos infantiles del guijarro y el salto sobre un pie para entrar en el Cielo [no el Cielo del alma socrática, éste uno de tiza y por lo tanto corpóreo].
Yo ya era hacía mucho tiempo de Sócrates, de Descartes - no es casual que mi mejor monografía, a la que más empeño le puse, haya sido una sobre la separación alma-cuerpo en la filosofía de Descartes -. Me caía mal Freud con su caca y sus tres ensayos de teoría sexual, prefería a Piaget con sus infinitos datos observables para dar cuenta del maravilloso nacimiento de la inteligencia.
No, no hemos vivido así. Ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta del pie [aprender a tocar el cuerpo con la punta del pie o de las palabras]. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire [una incansable fascinación por ver pasar los aviones, ballenas del aire, con sus panzas blancas, tan arriba, tan allá, tan lejos de la tierra], girando alucinada [alucinada] en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada.
Y no lo sabe,
igualita a la golondrina.
No necesita saber como yo.
Yo necesito saber. Yo no puedo ser como la golondrina.
Y como esto es una genealogía, tengo que hablar de unos días en Valparaíso, que es donde una vez nació mi cuerpo, aunque después nunca haya podido cruzar la cordillera.
No, tengo que hablar de otro lugar de Chile, Calama [pero siempre cerca del Pacífico, ése, el más antiguo, el que allá por lo tiempos de la Pangea lo rodeaba todo de azul]. Fue con ese descomunal cuerpo que había venido de Calama que yo empecé a nacer en uno. En el mío. Pero sin arriesgarlo todavía. Sin aportarlo en la merca, ni en el alcohol, sólo en el sexo y en el sudor, interminable sudor.
Valparaíso entonces. Arrastré mi cuerpo de San Pedro de Atacama a Valparaíso con mucho miedo. Miedo en la frontera. Miedo en la casa desconocida y con un farolito amarillo atrás del cementerio en la que dormí. Miedo en Antofagasta en la ruta a la noche haciendo dedo para poder volver del Pacífico. Miedo en Coquimbo, el taxista que dejó su recorrido para llevarme a ver las vistas de los cerros. Miedo que probó que yo tenía un cuerpo. Aunque los filósofos no lo consideren importante y aunque no lo sumerjan en ríos metafísicos. Llegué a Valparaíso y de tanto tener miedo mi cuerpo ya estaba nacido y completo cuando tomé la micro 107 hacia la subida Ecuador. Y ahí estaba un perro francés, un bretón, todo su cuerpo y su pelo de fuego y sus viajes por África y nada de miedo, todo abierto, todos sus agujeros, sus esfínteres, sus ojos azules.
Así habían empezado a andar por un Valparaíso fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche.
Así conocí Éden Éden Éden, el libro censurado de Guyotat, y a Blaise Cendrars, y el canal Saint Martin, en Rennes. Otros lenguajes que aparecían sólo si la carne mía. Y si no, no. Hundir los dedos bien hondo, por debajo de la superficie, la lengua bien hondo, la nariz. Nacer en un cuerpo. Recuerdo abrazar el suyo con todo fervor, en Con Con, al lado de una santa rita que explotaba, al lado del mar, un abrazo que no era de cariño ni de afecto ni de deseo, un abrazo que era tratar de anclarme a ese río metafísico, que era tratar de capturar ese origen y esa condensación del riesgo que nunca más iba a volver a tocar con semejante intensidad.
Tu cuerpo delimita una pequeña intensidad rodeada de nada. Como una isla. En casi ninguna parte estás. Y sin embargo en ese punto se condensaron tantas cosas.
Así decía mi carta.
Cuando eso pasó pude al fin entender qué quiere decir otra francesa, la Yourcenar, cuando escribe:
Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido [no para mí] que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorarme.
O qué quiere decir en Fuegos, cuando escribe:
La muerte, para acabar conmigo, tendrá que contar con mi complicidad
O esto otro:
Un corazón es tal vez algo sucio. Pertenece a las tablas de anatomía y al mostrador del carnicero. Yo prefiero tu cuerpo.
O esto:
Leda decía: «Ya no soy libre para suicidarme desde que me he comprado un cisne»
Pude al fin entender a Mishima en Nieve de primavera [otro que se hizo de un cuerpo y cuando creyó que ya estaba bien lo atravesó con una daga] cuando escribe:
Su voz brotaba con el gozo de otra edad, la de las rebeldías. Edad olvidada por esta generación, edad en la que el temor a la muerte y a la cárcel no contenía a nadie. Edad en la que estar amenazado de ambas cosas era el pan cotidiano. Ella pertenecía a una generación de mujeres que no habían tenido reparos en lavar los platos en el río mientras pasaban flotando los cadáveres.
Sin embargo, esas comprensiones, esos nacimientos, fueron apagándose en esta lluvia omnipresente del pensamiento. Siempre el pensamiento. Sócrates viejo zorro. Más socrática que nietzscheana, atrapada por Parménides aunque me creyera de Heráclito, a mi pesar, no pudiendo pasar del pensamiento a la vida, al puro devenir, eligiendo los filósofos y las personas equivocadas. Así me volvió esta angustia y esta conmoción cuando veo que alguien pone el cuerpo, en la esquina, en una perfo, en una balsa cruzando el mar o el desierto de Sonora, o entrando a un hospital, o gestando un ser humano, o estando simplemente entre las cosas.
Me abruma el pensamiento y sin embargo creo que tengo que seguir pensando.
martes, 19 de abril de 2016
Historia de mi caída en la heterosexualidad y posterior huída - Cuarta Entrega: Jose.
La primera vez que me quedé pensando en ella y en su pequeña vida de 7 u 8 años fue en el cumple de Vicky. De repente unas personas se pusieron a tocar chacareras y otras nos pusimos a bailar. Y así siguió un rato la noche, canto, guitarra, bombo. Yo veía a Jose y a otrxs niñes, hijes de estxs amigues, y pensaba: qué hermoso crecer en un mundo así, donde los "grandes" tocan y cantan, donde tu mamá canta y tu papá canta y donde "te dejan" vagar entre esa preciosa gente y no te mandan a la cama. A mí sí me mandaban, y cuando no me mandaban era peor, porque "los grandes" de mi infancia eran horribles heteromachos, mostrando sus cuchillos-porongas al lado de un cordero muerto y siendo asado, o al lado de la carne, o los chorizos, o los pollos, pero siempre siempre ese ritual del macho y la carne, la mina y la ensalada. Mujeres bien mujeres, encarnando a "la mujer". Machos bien machos, hablando a los gritos, en esa continuidad de carne muerta con carne muerta, pija y asado. No sé, escenas de fines de semana de violencia muda que yo, ya instalada en ese túnel que mediaba mi relación con lxs demás, miraba y miraba, miraba y sufría, y no podía entender, o entendía muy bien pero, otra vez, sin concepto y sin discurso. Un vagar entre esas escenas de la especie humana que ocurrían en mi casa.
Después llegaba la hora de la cena y los machitos, con sus cuchillos-porongas (nunca un cuchillo de cocina, eso es para los putos y las mujeres), los machitos se ponían a contar sus chistes "verdes", siempre insultando al puto, o AL trava, a la gorda, a la tortillera, a la "jermu", al maricón, a la puta, a la "ligera". Las esposas se reían débilmente, con caritas condescendientes. Les niñes de esa casa teníamos que poner la mesa y juntarla, y además, sentarnos a comer poniéndonos una servilleta en el cuello, bien ridículos, bien clara nuestra sumisión. Los machitos daban órdenes. Les niñes, los perros y las mujeres obedecíamos.
Hoy vi a Jose en otra secuencia de esas que ahora, a esta edad tardía, son mi educación sentimental, una educación en la que ella crece y crece, y en la que yo empecé a crecer hace algunos años.
Era la proyección del documental "T" de Juan Tauill. Un documental que muestra a algunas referentes del activismo trava haciendo cosas, hablando, cantando, yendo a visitar a otras travas a casas precarias y alejadas, disputando espacios políticos y académicos. Después de la proyección se armó una discusión hermosa y vehemente, a los gritos, donde un chico trans se cruzó con el director y una trava que estaba entre las presentadoras, donde una amiga se cruzó con el director interpelando un enfoque fundado en liderazgos, donde una trava que hace la calle nos interpeló a todes para que fuésemos a pasar una noche en la esquina, como ella.
Y ahí en medio, Jose. En la primera fila. Me parece que se asusta con los gritos y quiere irse. Esos gritos tan distintos a los gritos que pegaban los machos en la mesa de mi casa. Esos gritos políticos, identitarios, de un colectivo representado tantas veces en los chistes que se hacían en la mesa de mi casa.
No sé qué piensa. Sólo sé que crece entre esa gente insurrecta y libertaria, gente aplastada por lo más pesado de esta sociedad de mierda. Sólo sé que sabe que la yuta pega y mata, que las travas corren, y que sin embargo hay una red tenue pero poderosa, que son los afectos, los afectos que se tejen en reuniones y en cumpleaños, en marchas y en chacareras, y en tambores y en grupos de lectura y en esa crianza medio colectiva que es la educación informal, que es rozar tu vida con la vida de gente preciosa.
En esa mesa larga de los sábados a la noche de mi infancia, se terminó de forjar mi odio a las personas. Un odio total y extenso, que sólo fue permeado en algunas zonas por islas de afectos. A esas islas me llevaron flotando grandes lecturas y grandes amistades, cuando ya pensaba que sólo me quedaba ahogarme en un mar de mierda. Primero leer y un par de amigas salvajes, mi hermano. Leer para no naufragar y subir a los techos, los paredones, los árboles, para respirar. Después otras lecturas y la amiga torta de la adolescencia, mi otro hermano - cuando el primero también se transformó en un heteromacho. Después más lecturas y subir a la calle, a las marchas, a las asambleas, a la filosofía, y más amigas, otras amigas, otras personas. Esta ciudad. Y la otra ciudad, Buenos Aires. Y esos seres que aspiraban y aspiraban, ante mis ojos alucinados. Y esos - los mismos- que tomaban birra desde las 10 de la mañana en el trabajo. Y esos - los mismos - con los que pasábamos la navidad de los desterrados yendo a sacar fotos a Berisso, leyendo poesía, escuchando bossa nova, todos los 25 de diciembre de una época que duró demasiado poco. Y mis mostris amigues. Esxs con lxs que me encontré finalmente y que no terminan nunca - por suerte - de aparecer. Así aprendí, así me enseñaron, a mirar, a pensar, a argumentar, a decir. Así le sacaron totalidad a mi odio, me lo afinaron, me lo apuntalaron con el odio y el amor que había en sus propios túneles.
No sé, no sé muy bien. Es medio nebuloso todo. Sólo sé que me hice unas alianzas mucho más verdaderas que las de la biología. Unas amistades. Unos amores. Tengo que decirlo mejor. Pero ahora no puedo.
Pienso en Jose, en qué será de sus ideas y de sus luchas mañana, con tanta asiduidad de cosas buenas, con tanta familiaridad con micropolíticas, con disidencias, con personas que se sacan la piel y no ocultan quiénes son, cuáles son sus afectos y dónde están nuestrxs enemigxs.
Llegamos a tan distintas edades, pero al mismo punto. Eso me hace creer un poco en estas tres cosas: 1) lo que no te dan ni te dieron, se puede buscar, y se puede encontrar; 2) no todes les humanes están hechos de soretes con olor a carne, 3) a veces los túneles se intersectan.
Después llegaba la hora de la cena y los machitos, con sus cuchillos-porongas (nunca un cuchillo de cocina, eso es para los putos y las mujeres), los machitos se ponían a contar sus chistes "verdes", siempre insultando al puto, o AL trava, a la gorda, a la tortillera, a la "jermu", al maricón, a la puta, a la "ligera". Las esposas se reían débilmente, con caritas condescendientes. Les niñes de esa casa teníamos que poner la mesa y juntarla, y además, sentarnos a comer poniéndonos una servilleta en el cuello, bien ridículos, bien clara nuestra sumisión. Los machitos daban órdenes. Les niñes, los perros y las mujeres obedecíamos.
Hoy vi a Jose en otra secuencia de esas que ahora, a esta edad tardía, son mi educación sentimental, una educación en la que ella crece y crece, y en la que yo empecé a crecer hace algunos años.
Era la proyección del documental "T" de Juan Tauill. Un documental que muestra a algunas referentes del activismo trava haciendo cosas, hablando, cantando, yendo a visitar a otras travas a casas precarias y alejadas, disputando espacios políticos y académicos. Después de la proyección se armó una discusión hermosa y vehemente, a los gritos, donde un chico trans se cruzó con el director y una trava que estaba entre las presentadoras, donde una amiga se cruzó con el director interpelando un enfoque fundado en liderazgos, donde una trava que hace la calle nos interpeló a todes para que fuésemos a pasar una noche en la esquina, como ella.
Y ahí en medio, Jose. En la primera fila. Me parece que se asusta con los gritos y quiere irse. Esos gritos tan distintos a los gritos que pegaban los machos en la mesa de mi casa. Esos gritos políticos, identitarios, de un colectivo representado tantas veces en los chistes que se hacían en la mesa de mi casa.
No sé qué piensa. Sólo sé que crece entre esa gente insurrecta y libertaria, gente aplastada por lo más pesado de esta sociedad de mierda. Sólo sé que sabe que la yuta pega y mata, que las travas corren, y que sin embargo hay una red tenue pero poderosa, que son los afectos, los afectos que se tejen en reuniones y en cumpleaños, en marchas y en chacareras, y en tambores y en grupos de lectura y en esa crianza medio colectiva que es la educación informal, que es rozar tu vida con la vida de gente preciosa.
En esa mesa larga de los sábados a la noche de mi infancia, se terminó de forjar mi odio a las personas. Un odio total y extenso, que sólo fue permeado en algunas zonas por islas de afectos. A esas islas me llevaron flotando grandes lecturas y grandes amistades, cuando ya pensaba que sólo me quedaba ahogarme en un mar de mierda. Primero leer y un par de amigas salvajes, mi hermano. Leer para no naufragar y subir a los techos, los paredones, los árboles, para respirar. Después otras lecturas y la amiga torta de la adolescencia, mi otro hermano - cuando el primero también se transformó en un heteromacho. Después más lecturas y subir a la calle, a las marchas, a las asambleas, a la filosofía, y más amigas, otras amigas, otras personas. Esta ciudad. Y la otra ciudad, Buenos Aires. Y esos seres que aspiraban y aspiraban, ante mis ojos alucinados. Y esos - los mismos- que tomaban birra desde las 10 de la mañana en el trabajo. Y esos - los mismos - con los que pasábamos la navidad de los desterrados yendo a sacar fotos a Berisso, leyendo poesía, escuchando bossa nova, todos los 25 de diciembre de una época que duró demasiado poco. Y mis mostris amigues. Esxs con lxs que me encontré finalmente y que no terminan nunca - por suerte - de aparecer. Así aprendí, así me enseñaron, a mirar, a pensar, a argumentar, a decir. Así le sacaron totalidad a mi odio, me lo afinaron, me lo apuntalaron con el odio y el amor que había en sus propios túneles.
No sé, no sé muy bien. Es medio nebuloso todo. Sólo sé que me hice unas alianzas mucho más verdaderas que las de la biología. Unas amistades. Unos amores. Tengo que decirlo mejor. Pero ahora no puedo.
Pienso en Jose, en qué será de sus ideas y de sus luchas mañana, con tanta asiduidad de cosas buenas, con tanta familiaridad con micropolíticas, con disidencias, con personas que se sacan la piel y no ocultan quiénes son, cuáles son sus afectos y dónde están nuestrxs enemigxs.
Llegamos a tan distintas edades, pero al mismo punto. Eso me hace creer un poco en estas tres cosas: 1) lo que no te dan ni te dieron, se puede buscar, y se puede encontrar; 2) no todes les humanes están hechos de soretes con olor a carne, 3) a veces los túneles se intersectan.
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