lunes, 4 de julio de 2016

Nombrar

Crecí 
en un sillón de tres cuerpos
en las siestas del verano
de una provincia
en el encierro 
de mi género

leyendo

queriendo ser como los poetas malditos

esos,
los que enloquecían frente a la belleza en un molino alemán pensando en héroes de Grecia

esos,
los que ponían su hígado y sus venas y sus tumores 
en el altar de la melancolía,
de las ciudades
y de las soledades

esos,
los que buscaban en la bolsa de la furia 
un amor conurbano
un amor que se parece a un tren 
un domingo 
a las siete de la tarde
o a las ocho

esos,
los que viajaban al desierto por la belleza
y cuando al fin lograban sentarla en sus piernas
comprobaban que era horrible
y fea
y carecía de todas esas virtudes que hacen que un poeta
busque
incansablemente
desesperadamente 
la muerte. 

¿Quién dice que las cosas se llaman así? 
¿Quién dice qué es amor y qué no es?

Pero lo que permanece - escribe Hölderlin - lo fundan los poetas. 



Vos en tus películas de policía del progresismo: 
no lo llamo amor. 


Vos en tus películas de lo políticamente correcto:
no lo llamo amor. 




Vos y tu atadura triple y cuádruple y quíntuple y sextuple con el pasado: 
no lo llamo amor.





Las travas convidándome un chifle de la bolsa ganada con el sudor de sus cuerpos sudamericanos: 
yo lo llamo amor. 

AMOR, esas cuatro letras fundadas quién sabe por qué poeta maldito. 
Amor este frío que me abraza la piel reptiliana
Amor la circunvalación
que circunvalé 
tantas veces
buscándote
para no encontrar 
más 
que 
un espejismo
un fantasma
un espectro 
un frankenstein hecho con tus miedos
o con lo que sea de tu ontología incógnita.

Sé que mi salida de este mundo 
es una 
voluntaria.

Que no seré arrebatada,
que me pondré yo misma la bala
la pastilla
el gas
la rueda del tren. 

Lo sé hoy. 

Poetas malditos. 
Siempre quise que me duela como a ellos. 
Este órgano imposible que alguien nombra corazón. 


*Imagen: Kaethe Bucther

No hay comentarios:

Publicar un comentario