Entré hoy en este contacto brutal con la belleza violenta de tener como única mercancía un cuerpo que se llena de olor a pasto y monte o semen o saliva. En el facebook de
Carta a una hermana.
Hermana, dulce puta de juventud, compañera de parques y paredones. Hoy
me acordé de vos, mientras preparaba un té con leche al calor de las
hornallas siempre prendidas en invierno. Ya ves, sigo siendo pobre. No
se si me recordarás, si habrás vuelto a pensar en mi. Ya no se cuántos
años tendrán tus hijos. Te acordás lo imbécil que fui la primera vez
que te vi, embarazada y atendiendo clientes solitarios en bicicleta y
te grité: M’hija! Con esa panza hacés caridad? Y vos te reíste toda con
tu pelo lacio cayendo sobre tu espalda llena de pasto porque a veces
ibas al medio del parque a atender a tus clientes y ellos nunca
valoraban la hierba en tu pelo, ni el olor a monte de tu ropa. Ellos
nunca valoraron nada, esa es la verdad. Ni los clientes ni los hombres
que a veces nos esperaban en casa. Vos ya sabés, en esa época yo también
tenía un galán que me hacía la guardia en las rejas de mi balcón. Y yo
venía con dinero fácil, que nunca era suficiente. Éramos casi de la
misma edad, vos un poco más grande que yo, no te ofendas si desnudo tu
coquetería. Qué edad tienen tus hijos? Pero si casi los vimos nacer!
Imaginate ese pesebre, lleno de travestis y putas recibiendo en el ahora
tan bien iluminado parque sarmiento, a los frutos de tu vientre. Qué
nombres les pusiste? Eran gemelos nomás? Mentían que llegaban en
cualquier momento, pero vos siempre tenías un resto para atender a otro y
a otro. Hermana, eso era admirable. Nunca supimos dónde se nos fue el
dinero. Porque había que ver qué manera de desprender braguetas. Era una
fiesta. La fiesta de la abundancia, nuestro banquete secreto, braguetas
abriéndose y bolsillos lloriqueando. Pero nunca nos alcanzó más que
para las compras del día. Porqué habrá sido así? Éramos las más baratas,
por supuesto. Yo porque no tenía tetas, vos porque eras mujer. Las
travestis, las reinas, ellas todas reconstituidas, con pechos por todos
lados, ellas eran enormes pechos que sabían lo que había que cobrar.
Sabés algo de Gabriela? Te acordás de la rubia que corría con tacos de
acrílico cada vez que veíamos a los de la cuarta con sus luces? Dónde
desaparecían todas cuando corrían al corazón del parque? Nunca me lo
dijeron. Lo cierto es que esas noches que compartíamos una petaca de
whisky para calmar el frío, y nos subíamos a esos autos que nunca iban a
ser nuestros, y cabalgábamos sobre maridos que nunca iban a ser
nuestros, y esperábamos (qué tontas), que alguno nos tendiera una mano o
una propina generosa, yo siempre pensaba: acá está pasando algo
verdaderamente humano. Te acordás de la vez la vez que el policía me
mostró la identificación después de haberle hecho un servicio que hasta
el día de hoy se debe estar acordando? Y me dijo, ahora te tengo que
llevar y yo repliqué con toda mi retórica y todos mis miedos que no me
quedaba otra… Parece mentira, teníamos 20 años y no nos quedaba otra ya.
No se si supieron que el tipo después me llevó a mi casa y me pidió el
teléfono. Pero nunca me llamó. Tampoco te pregunté por la pelirroja, la
trava que medía como diez metros, que siempre andaba tosiendo porque el
bicho ya le había picado. Una vez me la crucé en la calle, venía con
bolsas del supermercado. Le pregunté qué iba a cocinar y me dijo que
asado. Y me mostró toda la vaca fragmentada adentro de las bolsas. Tenía
unas manos de oro, nunca vi manos más bonitas, ni tan grandes. Cuántas
éramos en total? Cinco, a veces se sumaba la loca de los perros, la que
vivía en una carpa con sus perritos, que había sido psicóloga y nos
convidaba empanadas. Puta madre. Me hace llorar pensar en ella. La más
linyera nos daba comida. Perdoname si te mando esta carta ahora, después
de diez años, sin mucho para contarte. Me viste en la tele, me lo
dijiste esa vez que nos vimos en el parque y yo iba corriendo y me
preguntaste que para qué volvía y yo te dije, a estas pistas ya no
vuelvo. Nunca me habían dado un abrazo tan lindo. Vos estabas otra vez
embarazada y te acariciabas la panza cuando mermaba el tráfico. Qué
tipos de mierda, la verdad. No nos vieron nunca. Yo a veces me pregunto
si alguno tendrá memoria como para acordarse de mí y verme ahora tan
bien vestida y viajando en avión y sosteniendo con alfileres esta pobre
fama de pacotilla para que la gente me vaya a ver al teatro. Una vez un
tipo me mandó un mail diciéndome: yo que pagaba diez pesos para que me
la chupes y ahora pago la entrada para verte en el cine. Eso es arte
carajo! Como tu manera de acariciarte los ocho meses de purrete que
tenías dentro la última vez que te vi. Qué salvajes fuimos compañera.
Tengo todavía el par de aros que me diste para que te guardara porque te
estaban infectando la oreja. Son un amuleto enorme. Los conservo para
no olvidarme nunca de vos, porque eso si sería imperdonable. Cuando voy a
trotar al parque, ahora con el culito duro y la panza llena de comida
sana, siempre te busco con la mirada, pero desde esa última vez, ya no
te volví a ver. Y pensé, se habrá subido al auto equivocado? No creo… lo
sabría por los noticieros. Aunque los noticieros nunca cuentan cuando
las putas nos subímos a los autos equivocados. Ni cuando vamos al
departamento equivocado. Ni la cantidad de veces que nos pagaron con
dinero falso. Esos crímenes quedan ahí, al borde de lo salvaje, donde
anduvimos siempre y de lo que cuesta tanto escapar. No sentís a veces el
manotazo, la garra de lo salvaje que te llama, como el canto de una
sirena? Y nuestro canto, en el medio de la noche, no más de las tres de
la mañana, quizás un sábado tirábamos hasta las cinco, pero no convenía
irse en los autos de los muchachitos con dinero que se acercaban a ese
costado del parque porque siempre era para problemas. Angie Desiré y su
jabón con una gilette adentro te lo pueden contar. Si habrá tajeado
camisas de marca y bracitos de niños bien. Pero a ella nadie le hacía
daño ni le vendía gato por liebre. Una vez me invitó a comer en su casa
de Alta Gracia. En las ventanas tenía macetas llenas de flores. Hizo una
comida no tan rica, pero no por eso menos noble. Se había puesto
silicona líquida en las caderas y una le había quedado más alta que la
otra, pero ella se reía de si misma y te decía TOCÁ, TOCÁ y te servía un
poco más de esos fideos pasados con esa salsa insalubre llena de carne
picada. No se si te molesta que te hable de ella. Yo se que habían
tenido problemas por un tipo, un cliente de esos amorosos, que no deja
de ser cliente. No se qué nombres le habrás puesto a tus hijos. Ya te
pregunté? Me gusta saber el nombre de la gente, qué carta de
presentación la del nombre. Sólo el nombre ya te dice todo del otro. Tu
nombre era dulce, como masticar una flor silvestre. No te lo digo porque
no quiero que nadie sepa cómo se llamaba la puta más dulce de todas las
putas. La única que me mandaba mensajes cuando no me aparecía por el
trabajo. Que cómo estaba, que si necesitaba algo, que si estaba haciendo
la mía. Me daba vergüenza ser lo que éramos. Hoy que ya lo confesé y me
saqué ese peso de encima, me sigue dando verguenza... cómo me mirarán
los tipos, me querrán igual? No perdí la verguenza ni la marca de haber
sido, como decía Perales: samaritanas del amor. Lo confieso. Pero hoy
miro con nostalgia aquellos años de juventud. Tan fácil era creer. Hoy
ya no creo en nada, o en casi nada, parezco una vieja olvidada, aunque
busco la credulidad de la que era capaz hace unos años y que era
inmensa, y me entran unas ganas de no haber perdido la inocencia. Te lo
juro. Porqué habré perdido al inocencia compañera? Habrá sido Sebastián?
No lo vi más, ya hace dos años que no se nada de él. Se casó, tuvo una
hija, los suegros le regalaron una casa. La última vez que lo vi, sin
embargo, estaba triste. Me gustaba más en nuestra época, te acordás
cuando me fue a buscar al parque y todas se orinaron en los pantalones
con sus ojeras y su metro noventa? Ese día me dijo que me amaba, y
después desapareció. Tanto miedo que hemos visto. Y tanto miedo que
sentimos. Sentís miedo alguna vez? Yo vivo horrorizada, mientras más
grande, más pelotuda. Compañera pienso en una mañana con tus hijos, con
vos, en tu querido barrio Yofre, y me entran ganas de reirme a
carcajadas. Tal vez ya ni nos entenderíamos, tal vez cuando me fuera de
tu casa, la una y la otra pensaríamos que la vida nos cambió demasiado y
eso sería cierto. Pero las cuerdas son siempre las mismas, y te aseguro
que no están desafinadas. Puedo tocar la misma canción con vos que hace
diez, doce años. Cuando me escondía tras los árboles para que no me vea
ningún conocido. Aún te quiero, es la verdad. Y a las otras, a
Gabriela, a Angie Desireé y a la pelirroja que siempre terminaba
cacheteando a algún cliente. Pero con vos, no se, siempre fuimos
hermanas, siempre fuimos las que no teníamos tacos altos. Siempre nos
quedábamos menos tiempo. Las putas del parque. Hermana, compañera, a vos
también el tiempo te ha pasado por encima? Yo me veo arrugas todo el
tiempo, nuevas arrugas cada día, y cuesta más desnudarse dignamente, por
suerte la luz nos regala la penumbra. Me gustaría contarte algo
distinto, pero lo cierto es que también sigo siendo melancólica, mi pelo
sigue enloqueciendo en los días de humedad, sigo siendo pobre,
nostálgica y llorona. Sigo estando sola, esperando algo de mí que no se
si seré capaz algún día de darme. Porque no tengo manos, las tengo
vacías, transparentes, no pueden asir nada. Las manos vacías, nuestras
manos siempre vacías. Nuestras camas siempre vacías. Nuestras alcancías
siempre vacías. Pero a mi ventana, cuando tiro migas en el balcón,
vienen los pájaros y me hacen compañía. El otro día una se metió a casa y
fue un tremendo susto el que me pegué. Me fui y la dejé sola en casa.
Cagó sobre el escritorio, pero cuando volví ya no estaba. Bueno,
compañera, es domingo, son las dos de la tarde y sigo en cama. No se qué
se me dio esta mañana por escribir. Pescadora de hombres, sirena
fosforescente, pelo con olor a hierba, maldigo los días que nos vieron
llorar por la pobreza y la ignorancia, y los años de pobreza e
ignorancia que pesaban sobre nuestros hombros, anteriores a nosotras y
anteriores a nuestros padres y que nos hacían terminar en ese parque
ahora tan bien iluminado. Ahora convertido en un paseo familiar.
Tendrían que exorcizarlo no? para liberar a nuestros demonios que se
quedaron ahí, un poco ebrios, un poco tristes, ejerciendo una pobre
humanidad prestada. Te voy dejando, tengo que cocinarme algo. Quizás por
la tarde con un amigo vayamos al teatro. Eso si, vos no estás, pero
vieras qué buenos amigos supe conseguir. Cuando leas esta carta, mirá el
plomo del cielo entristeciendo la ciudad y pensá que alguien te abraza
con la memoria.
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